Pequeño observatorio

El amigo de cada mañana

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Por Sant Esteve me quedé, como todo el mundo, sin periódico. La Navidad es una explosión de fiestas, de euforia gastronómica y musical. En los antiguos tiempos no había diarios que informasen de los hechos. Algunas noticias las dieron los ángeles, pero si hemos de creerlo deberemos reconocer que los humanos de aquella época vivían muy desinformados. Conocían solo lo que les rodeaba. Este tema quizá ha sido estudiado por alguien. Sabemos que el rey que enviaba un emisario a caballo para dar una noticia podía tardar meses, o años, en tener una respuesta.

Me parece que a todos nos cuesta creer ahora que aquel aislamiento, y por tanto desconocimiento, no fuera un obstáculo para la evolución de la especie. No hace mucho, si calculamos en años, que el mundo se ha convertido en una red de comunicaciones. En pocos segundos nos podemos conectar con cualquier punto del mundo. Pero el diario en papel resiste. ¿Es un instrumento anacrónico? ¿Puede ser anacrónico un instrumento que está precisamente al día? No sé si he citado alguna vez la definición de diario de los Goncourt: «Unos céntimos de historia en un cucurucho».

El hecho es que yo tengo una adicción a los periódicos, y el día de Sant Esteve me sentí abandonado, como cada año. Qué apasionante rutina la de leer el periódico. Siempre hay noticias inesperadas, artículos que analizar, temas curiosos. Es magnífico que alguien te cuente algo. Y esto cada día. Menos cuando llega Sant Esteve, que parece que no nos quiere agobiar. Pero a mí la ausencia del diario me intranquiliza, es como si me quedara desconectado de algo que me gustaría saber. Puede ser que al día siguiente el diario que reaparece no lleve ninguna noticia interesante. No importa. Ya lo tengo conmigo. Me he hecho amigo de los diarios digan lo que digan. Son como los amigos que te hacen compañía sin pedirte que los abraces a cada momento pero sabes que los tienes cerca. Con un periódico en las manos, la soledad puede no existir.