América debe aprender a ir en bicicleta

Miquel Carrillo

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En Washington últimamente se han puesto las pilas con la bici. Han adoptado un sistema de alquiler  muy similar a cualquiera de los que hemos visto en las grandes ciudades españolas, y la gente se afana a recorrer las aceras y sus largas avenidas a golpe de pedales. En el asfalto han pintado kilómetros y kilómetros de carriles y muchas personas acuden a sus quehaceres o se divierten los fines de semana recorriéndolos arriba y abajo. 

No sabemos a ciencia cierta cuántas toneladas de CO2 se ahorrarán los cielos de Estados Unidos, y los nuestros, que son los mismos, gracias a iniciativas como esta. Es agosto a orillas del Potomac, y uno observa a los ciclistas atravesar el asfalto hirviendo de la capital con absoluta admiración. Es llegar a casa y encender el aire acondicionado, mientras se guarda la ropa que sale de la máquina secadora. Podríamos ir a la playa para combatir el sofocante verano entre Maryland Virginia, pero sin coche es difícil en este país: hasta el autobús que va a la bahía de Chesapeake sólo funciona los días laborables. El transporte público está pensado para traer a la gente a su trabajo por la mañana desde los suburbios del Distrito Columbia y devolverlos a sus casas por la tarde, sin más alternativas. No tiene sentido en una ciudad dispersa como esta, y como el resto de la mayoría del país. Una vez me contaba una amiga establecida en Boston que la policía la paró en una calle nada más llegar al país: '¿Qué hace usted aquí, señora? ¿Tiene algún problema?' 'No, simplemente voy a mi casa caminando.' Sospechoso.

Obama acaba de poner sobre la mesa la medida estrella de su 'Plan de Energía Limpia': reducir en 2030 en un 32% las emisiones de dióxido de carbono de las centrales termoeléctricas respecto a los niveles de 2005. La semana pasada, la que problablemente sea la candidata demócrata a la presidencia en 2016, Hillary Clinton, propuso multiplicar por ocho la capacidad instalada de energía solar en el país de aquí a 2020. A los republicanos les ha faltado tiempo para criticar un plan que tachan de irresponsable y que argumentan encarecerá la energía y destruirá puestos de empleo, una música conocida. 

Lo cierto es que Estados Unidos necesita un 'chute' energético impresionante para levantarse cada mañana y funcionar, tal y como fue concebido el país a lo largo del tiempo. Esa ciudad dispersa, en la que vive la mayoría, donde casi todo el mundo tiene su jardín, aspira a poseerlo todo y cuanto más grande mejor, y hay que motorizarse en un seis cilindros para ir a comprar tabaco, pesa como una losa. Y nadie tiene una moto en un país que baja tranquilamente de los quince grados cada invierno (eso, al lado del mar), no serviría de nada. Este país no se explica sin la superabundancia de energía barata y no es de extrañar su política exterior en relación a ese punto: hablando sólo de la electricidad, si mañana tuvieran que pasar de sus 12.954 a nuestros 5,573 kWh/hab (y son muchos los nuestros), simplemente debería repensarse de la cabeza a los pies. 

No vale enviar la producción a China para disminuir la intensidad energética, porque al final la suya crece y el balance global es el mismo. Al contrario, el problema está en un modelo de consumo, hábitat y territorio basada en esa opulencia, que es el que acaba llevando a las nubes el consumo energético per cápita y por dólar generado en su economía. La transición tecnológica hacia las renovables es, en cualquier caso, imprescindible para disminuir sus toneladas de CO2 y contribuir en la lucha global contra el cambio climático, pero puede ser insuficienten a la larga, para EE.UU. y para el mundo. 

Otro día hablamos de la necesidad de democratizar el sistema energético aquí y allá, pero como en Europa, el cambio debe ser sobre el cómo y el para qué producimos la energía. El 'american way of life' va a tener que convertirse en un inmenso carril de bicicleta y reinventarse si no quiere llegar a un callejón sin salida.