Ocio, salud y gastronomía

Alimentación en vacaciones

El clima estival y la relajación cotidiana facilitan el seguimiento de la dieta mediterránea

PERE PUIGDOMÈNECH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hacer vacaciones debería querer decir intentar hacer un estilo de vida más relajado y en un lugar diferente de lo normal. Es el momento de hacer las cosas de manera diferente y una de ellas puede ser la comida. Esto puede ser porque vamos a vivir en un lugar diferente -por ejemplo, lejos de una gran ciudad-, porque como tenemos más tiempo algunos aprovecharán para ponerse a cocinar y otros quizá para olvidarse de la cocina o porque aprovechamos para ocuparnos saber con más detalle lo que comemos o para pasar del todo. Las actitudes de cada uno varían, pero la alimentación no deja de ser importante para todos ya sea en vacaciones o en el resto del año.

Puede ocurrir, por ejemplo, que disfrutamos de las vacaciones en un lugar alejado de una ciudad. Esto puede tener como consecuencia que estemos más cerca de agricultores y ganaderos. Tendremos la posibilidad de ver cómo se produce lo que comemos y de comprar los productos de forma más directa. Consumir un producto terminado de cosechar por agricultores que tienen un cuidado muy directo de todo el proceso puede significar tener acceso a frutas, verduras o carnes de calidad diferente a la que estamos acostumbrados en la ciudad. Si además compramos producción de temporada, el producto puede ser más bueno y puede tener un buen precio y para los agricultores puede significar una oportunidad que no se da en el resto del año. En cualquier caso, lo que se dice kilómetro cero es una manera de consumir productos más frescos, tal vez diferentes, y de proteger la agricultura local. La situación será otra cuando volvamos a la ciudad o cuando llegue el invierno y haya pasado el tiempo de las cosechas. Alguien tiene que llevar alimentos a millones de personas y quizá ir a buscarlos a lugares de producción alejados.

MIRAR LAS ETIQUETAS

Puede ocurrir que, como ahora tenemos tiempo, nos dedicamos a mirar las etiquetas de los productos que compramos. Las etiquetas principales son las que nos describen los componentes del alimento y los datos nutricionales. Esto está hecho así para que podamos tomar decisiones equilibradas en nuestra nutrición. Hay también otras que nos informan de que la producción se ha hecho en un área determinada (las manzanas de Girona, por ejemplo), que es una variedad tradicional (arroz del Delta del Ebre, por ejemplo) o que no se ha cultivado con abonos o fitosanitarios de síntesis (agricultura ecológica). Todo esto permite al consumidor hacer su elección. La importancia que damos al origen de un producto o como se ha hecho y qué precio estamos dispuestos a pagar por la diferencia respecto a otros productos es decisión nuestra. El valor de estas indicaciones depende también de que confiemos en ellas. Cada una de las etiquetas tiene una regulación y esperamos que se cumplan. Cuando esto no ocurre, quien engaña comete un fraude y se arriesga a penas cada vez más duras.

Lo que sí debemos recordar es que en Europa hacemos todos los esfuerzos posibles para que la comida que llega a nuestros platos, sea cual sea la etiqueta, tenga el máximo de seguridad tanto de todos los componentes de la comida como de posibles agentes infecciosos que puedan llegar. En verano, por el calor que hace, hay que ser especialmente vigilantes en este último punto. Por ello se recomienda en los restaurantes no usar huevos frescos para hacer salsas que se guardan, como la mayonesa, o pasar el pescado fresco por el congelador para evitar la presencia de parásitos. Y hay que recordar que lo que contenga conservantes se mantendrá mejor que lo que no los tenga.

Dejando de lado las etiquetas generales, pueden haber indicaciones que tienen que ver con las reacciones particulares de algunos individuos, por ejemplo, hacia algún componente que le produce alergia. Ahora están de moda las que avisan del contenido en gluten o lactosa. Estas son indicaciones que interesan a aquella minoría que es celíaca (entre eln 1% y el 2%) o intolerante a la lactosa (hasta el 50%). En un caso los efectos son importantes y en el otro, ligeros.

Por todo ello hay que aprovechar las vacaciones para hacer que la comida contribuya a que nos relajemos y que no sea un problema. No ha habido ningún momento en la historia de la humanidad en que, al menos para la mayoría de gente, hayamos tenido la oportunidad de comer tan bien y tan seguro. Además, la temperatura y la relajación nos llevan sobre todo a comer fresco y ligero. Buenas raciones de verduras y frutas, pescado y carnes ligeras y mucha agua y quizá una copa de vino o una cervecita, es lo que llamamos la dieta mediterránea. Acoplada a un poco de ejercicio en la playa o la montaña es una de las mejores recetas para que la comida nos ayude a mantener un buen estado de salud.