Algo pasa con el jamón

Un alumno de un instituto gaditano se ofendió por la mención de la delicia del jamón de Trevélez y sus padres denunciaron al profesor. Dicho así, parece una estupidez. Si completamos la información detallando que el chico y sus padres son musulmanes, seguirá siendo una estupidez; aunque también podríamos pensar que algo pasa en la Alpujarra y en todo el país.

¿Cómo unos padres, por muy creyentes que sean, pueden creerse en el derecho de llamar a la policía por la mención del jamón en la escuela de su hijo? ¿Qué alumno, por muy devoto del Corán que sea, reprende a su profesor por un ejemplo sobre la influencia del clima en la producción porcina?

La sospecha de la presencia de un imán radical en el entorno de esta familia tan susceptible seguramente forma parte de la explicación de los hechos; pero se intuye incompleta. Hay cosas que no funciona, además de la presencia de una legión de imanes de oportunidad. Estos predicadores de la intolerancia consiguen hacerse escuchar gracias a un ambiente de desconfianza entre comunidades, a un estado de tensión latente por las diversas iniciativas de la otra comunidad; de otra manera no se explica el desplante de un chaval de secundaria con solo oír el nombre del jamón. Tampoco algunas de las reacciones on line a la noticia.

En estos días navideños, ciertas escuelas renuncian al belén por no incomodar a los alumnos que no comen jamón. El sentimiento de animadversión que aflora en unos y en otros no parece cuestión de tradiciones, sino más bien de ambigüedades y perplejidades nacidas de la política de inmigración y acogida. ¿Estamos construyendo el edificio legal y cívico de una sociedad integrada o estamos trabajando en el diseño de la fragmentación social, cultural y religiosa propia del melting pot? Hay que decidirlo y decirlo pronto; para que todos nos enteremos y podamos actuar en consecuencia; los viejos y los nuevos vecinos.