El futuro del planeta

Algo cambia en el cambio climático

El estancamiento de las emisiones de CO2 es un dato alentador pero que no permite bajar la guardia

MARIANO MARZO

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El 13 de marzo, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) anunciaba que las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) procedentes del sector energético no habían aumentado en el 2014 respecto del año anterior. El dato resulta interesante porque es la primera vez en 40 años que asistimos a un estancamiento de las emisiones, sin que ello pueda atribuirse de forma directa a un desplome de la actividad económica global (según el FMI, en el 2014 la economía mundial creció un 3,3%).

Sería fantástico que esta noticia tuviera un doble significado: por un lado, que las acciones encaminadas a combatir el cambio climático están empezado a dar sus frutos, y por otro, que el mundo puede crecer económicamente sin aumentar los niveles de contaminación. Sin embargo, aún es muy pronto para echar las campanas al vuelo. Como nos recuerda la directora de la AIE, Maria van der Hoeven, los datos comentados resultan alentadores pero aún queda mucho camino por recorrer, de modo que sería una gran equivocación tomar esta noticia positiva desde una actitud autocomplaciente, minimizando la urgencia y gravedad del problema del cambio climático, o utilizándola como excusa para concedernos una tregua. Incluso si la curva de emisiones se mantuviera plana, hacia el año 2100 el mundo habría experimentado un aumento medio de la temperatura global cercano a los 3 grados centígrados en comparación con los niveles preindustriales. Y para que dicho aumento se mantuviera en torno a los 2 grados centígrados (un nivel que la mayoría de los científicos cree que no debería superarse) haría falta que las emisiones descendieran de manera notable.

La principal causa de que las emisiones de CO2 no hayan aumentado en el 2014 debe buscarse probablemente en China, donde la generación de electricidad a partir del carbón está siendo sustituida por tecnologías de fuentes renovables, como la solar fotovoltaica y la eólica, así como por la nuclear y el gas natural. Asimismo, todo apunta a que los avances en materia de eficiencia energética en las economías emergentes y en otros países en vías de industrialización también han ayudado a estabilizar las emisiones globales. El interrogante ahora es saber si los niveles de CO2 seguirán manteniéndose estables tras la caída de los precios del petróleo y el consiguiente acicate que ello supone para el uso de este combustible. Sin olvidarnos de que las expectativas para el 2015 son que la economía global crezca más que el año pasado, lo que comportaría un mayor consumo energético y, teóricamente, más emisiones.

En cualquier caso, sea cual sea la respuesta a la cuestión planteada en el párrafo anterior, lo que sí parece ya innegable es que la presión política y social demandando un mayor compromiso en la lucha contra el cambio climático aumenta, y que probablemente esta presión se va a intensificar a medida que nos acerquemos a la cumbre de París, en diciembre.

En este sentido, un estudio científico recientemente publicado en la revista Nature concluye que más del 80% de las reservas de carbón, el 50% de las de gas y el 30% de las de petróleo deberían dejarse en el subsuelo, sin explotarse, si de verdad pretendemos que el calentamiento global no supere los 2 grados centígrados. Y otro dato significativo es que una institución como el Banco de Inglaterra haya decidido investigar el riesgo potencial que para el sistema financiero supondría un estallido de la denominada burbuja del carbono. Algo que podría suceder como resultado de una rápida caída del valor de las reservas de combustibles fósiles, inducida por una posible revolución tecnológica en el uso de fuentes bajas en carbono o por decisiones gubernamentales que propiciasen la introducción de tasas o impuestos al carbono. Estos acontecimientos podrían afectar negativamente a los fondos soberanos, los fondos de pensiones y otras instituciones que hubieran invertido o prestado dinero a las compañías energéticas centradas en el sector de los combustibles fósiles.

Obviamente, este tipo de noticias no resultan fáciles de asimilar para las compañías de petróleo y gas, que por lo general y en el mejor de los casos se han empeñado en mantener un perfil bajo en el intenso debate científico y social suscitado en torno al fenómeno del cambio climático. Una estrategia pasiva que, como recientemente ha expuesto el director ejecutivo de Shell, Ben van Beurden, debe ser cambiada de inmediato. En su opinión, las petroleras tienen que implicarse activamente en el debate y comprometerse en la mitigación del cambio climático. ¿Cómo? Pues, por ejemplo, apostando a fondo por el desarrollo de la técnica de la captura y secuestro del CO2, además de eliminar de una vez por todas algunas malas prácticas como el venteo y la quema del gas natural asociado a las explotaciones de petróleo (flaring). Ciertamente, los tiempos están cambiando.