Alberto Núñez Feijóo, de lo malo lo mejor
Eduardo López Alonso
Periodista.
Trabajo en El Periódico de Catalunya desde 1992, la mayor parte de ese tiempo en la sección de Economía. Ahora, en la sección Panorama que agrupa a Economía, Política e Internacional. Antes estuve en el diario ABC (Economía), Televisión Española (Economía), Grupo Recoletos (gratuitos locales) y en el ámbito de las televisiones locales (realizador). Licenciado en periodismo, diplomado en publicidad, máster de Información de Económica por la UAB y el Col·legi de Periodistas de Catalunya, cursé el doctorado de Económicas en la Universitat de Barcelona, pendiente de tesis doctoral ('Gestión de medios de comunicación en tiempos de crisis'). Autor del libro 'Las prejubilaciones del menosprecio'.
EDUARDO LÓPEZ ALONSO
La crisis del Partido Popular tiene más de interna que de externa. Pese a los escándalos y la consiguiente crisis de credibilidad, lo cierto es que parece que la masa silenciosa de la derecha sigue en sus trece y se muestra reacia a cambiar de aires. Ni siquiera un derechón renovado como Rivera parece capaz de dejar la bisagra y acercarse al pomo de la puerta de las mayorías. Mientras, lo que algunos han venido a llamar 'la revolución de los cuarentones' intenta dinamitar a la dirección y al tocado Rajoy para abrir opciones para los más jóvenes.
Pero hay algunos notables que han estado esperando su turno y ya no son pecisamente cuarentones. Entre ellos, destaca el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, que no está dispuesto a seguir la senda habitual en la España de los últimos años que es pasar de joven promesa a prejubilable sin oportunidad previa. Y es que Feijóo, pese a las fotos del pasado, esas en las que aparecía con alguna mala compañía en aguas gallegas (con el contrabandista Marcial Dorado, en 1995), sigue siendo de lo malo lo mejor. Y con diferencia.
Feijóo encarna esa derecha repartidora de privilegios entre los menos, como toda derecha que se precie, pero aporta un ánimo más o menos dialogante que suele ser agradecido por el resto. Su paso como gestor de la sanidad pública y después en Correos, en los tres primeros años del siglo, ya fueron una buena muestra de su perfil y competencia profesional.
Al frente de Correos le tocó bailar con la más fea, unos sindicatos ávidos de protagonismo y de jarana. Llegó, habló, negoció, marcó estrategias y transformó al gigante en competidor de libre mercado (pero sin privatizar). Cierto que parecía un hombre a veces nervioso, de sudor descontrolado y muy gallego en sus artes, pero al final conseguía lo que quería y supo largarse en el momento oportuno.
De rictus cansado, sus colaboradores siempre le reconocen no obstante la energía suficiente para volver al tajo de la negociación, de desplazarse o descender al origen del problema para poner solución al asunto. Su camino hacia Madrid está escrito, pero el papel que deberá asumir tendrá que negociarlo con las bases y arrebatárselo a las castas. Ya suenan las gaitas en Madrid.
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