TRIBUNA

1934-2017: ¿la historia se repite?

El realismo político indica que las elecciones del 21-D no irán de independencia sino, esta vez sí, de democracia

Puigdemont, acompañado de los cuatro 'exconsellers' que están con él en Bruselas, en el acto con los alcaldes.

Puigdemont, acompañado de los cuatro 'exconsellers' que están con él en Bruselas, en el acto con los alcaldes. / periodico

Albert Branchadell

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La consecuencia de la proclamación del Estado catalán el 6 de octubre de 1934 fue la destitución del Govern de la Generalitat, el encarcelamiento de sus miembros (excepto Josep Dencàs, que logró huir a Francia) y la suspensión de la autonomía de Catalunya. 83 octubres después estamos en las mismas: la consecuencia de la declaración de independencia del pasado día 27 ha sido la destitución del Govern de la Generalitat, el encarcelamiento de sus miembros (excepto el 'president' Puigdemont y sus 'consellers' belgas) y la suspensión de la autonomía de Catalunya.

Si la historia se fuera a repetir, los escándalos de corrupción tendrían que hundir el Gobierno del PP, que se vería obligado a convocar unas elecciones generales anticipadas, que se saldarían con una victoria rotunda en escaños de una coalición de izquierda formada por el PSOE, Unidos Podemos y ERC frente a otra coalición de derecha integrada por el PP y Ciudadanos. Por lo pronto, ya hay una novedad que nos desvía del guión de 1934: la suspensión de la autonomía va acompañada de una convocatoria de elecciones autonómicas en Catalunya. A pesar de esa novedad indiscutible, es posible aventurar un paralelismo entre las elecciones del 21-D y las del 16 de febrero de 1936.

En 1936 las izquierdas catalanas acudieron juntas a las elecciones en el llamado Front d'Esquerres. ¿Cuál era su programa? ¿Validar el Estado catalán proclamado en 1934, desplegar las estructuras de estado e iniciar un proceso constituyente? No exactamente. Se trataba de restablecer el Estatut d'Autonomia de Catalunya y las libertades democráticas, lograr la amnistía de los presos políticos (o de los políticos presos, tanto da) y la aplicación de la ley de contratos de cultivo, cuya anulación por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales fue el desencadenante del conflicto que desembocó en la proclamación del 6 de octubre. En general, las elecciones de 1936 en Catalunya tuvieron un marcado carácter plebiscitario, pero no entre independentistas y constitucionalistas, sino claramente entre derechas e izquierdas.

Es cierto que para las elecciones del 21-D se planteó la idea de una lista independentista única. El hecho de que no haya fructificado ya es un primer indicio de que al final de los finales las elecciones pueden ir por otros derroteros. La tentación de reeditar al alza las elecciones plebiscitarias del 2015 es indudable: el sueño de conseguir más del 50% de los votos para aprobar una declaración de independencia como Dios manda está en la mente de muchos votantes y acaso de algún dirigente.

El realismo político, ese valor tan menospreciado últimamente, indica que la cosa no irá de independencia sino --esta vez sí-- de democracia. Como en 1936, una mayoría indiscutible de electores votarán contra la concepción de la democracia exhibida por el Gobierno de España y, aunque muchos no se hayan dado cuenta todavía, habrá que aparcar no el independentismo, pero sí la prisa por alcanzar la independencia a cualquier precio.