Akihito no quiere ser dios

GEORGINA HIGUERAS

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No es la primera vez, pero tal vez sí la última, que Akihito humaniza su imperio. Su padre, Hirohito, fue obligado por las fuerzas ocupantes a renunciar a su origen divino para asumir el papel que le concedió Estados Unidos de “unificador del pueblo”. Akihito, sin embargo, dio muestras desde antes de sentarse en el Trono del Crisantemo de que se consideraba una persona más, reflexión que con inusitada humildad ha compartido con los 127 millones de japoneses a la hora de pedir que le dejen abdicar: “Quiero deciros lo que yo, como un individuo, pienso”.

Ya en 1959, como príncipe heredero, rompió los moldes de la casa imperial al casarse con una plebeya, que se convirtió en la emperatriz Michiko. Durante todo su reinado ha mantenido una clara inclinación por los desfavorecidos y por la  paz y el entendimiento entre los pueblos. En Hiroshima, en el 70º aniversario de la derrota de Japón, se salió del discurso que invariablemente le preparaba el Gobierno para expresar su “profundo arrepentimiento” por el sufrimiento que el militarismo nipón acarreó a la nación y a muchos otros países. Sus palabras causaron un fuerte impacto porque el día anterior el primer ministro Shinzo Abe señaló que esperaba que las generaciones futuras no volvieran a verse obligadas a pedir perdón.

La muerte de Hirohito en 1989, alumbró con Akihito la era heisei (paz en el mundo), y todo apunta a que el emperador no quiere presidir la deriva nacionalista que se está imponiendo en el país. Su deseo de abdicar lo filtró el mes pasado después de que la alianza  gobernante del Partido Liberal Demócrata y Komeito obtuviera en las elecciones a la Cámara alta más de dos tercios de los escaños. Abe, que ya cuenta con esa misma aplastante mayoría en la Dieta o Cámara baja, quiere plantear la reforma de la Constitución de 1947 y acabar con el pacifismo impuesto por Washington.

CRISIS ECONÓMICA

Mientras que el país se ha derechizado, azotado por una grave crisis económica desde la década de los 90, y los ultraconservadores pretenden que el emperador recupere el hálito divino que le caracterizaba, Akihito ha realizado numerosos viajes por los países asiáticos que sufrieron el imperialismo japonés, reconociendo sus errores.

Era un muchacho cuando, en 1945, por primera vez en la historia los japoneses escucharon la voz del Hijo del Sol Naciente. El emperador se dirigió por radio a la nación para anunciar la rendición incondicional nipona. Miles de soldados se suicidaron y millones de civiles lloraron amargamente. Aquellos tiempos terribles hicieron mella en el príncipe.

Cuando en 2011 recurrió a la televisión para enviar un mensaje a su pueblo, Akihito quiso expresar su solidaridad y apoyo a las víctimas y a sus familiares del terremoto que destrozó el noreste del país y provocó el colapso de la central nuclear de Fukushima. En otra sorprendente decisión, pidió que se redujera el presupuesto de la casa imperial para ayudar a los damnificados.

Ya desde muy joven reveló que no sería un emperador a la vieja usanza. En 1964, cuando muchas sociedades rechazaban a las personas discapacitadas, Akihito presidio los primeros Juegos Paralímpicos que se celebraron.

Las encuestas revelan que el 85% de los japoneses aprueba la decisión del emperador de abdicar, lo que exige al Parlamento aprobar una ley al respecto. Tal vez su gesto desate una nueva ola de simpatía hacia su persona que dé un vuelco a las pretensiones armamentistas de los conservadores. Cambiar la Constitución requiere, además de los dos tercios de ambas cámaras, un referéndum consultivo.  

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