El epílogo

Adiós a las barricadas

JUANCHO Dumall

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Entre las muchas cosas que van a cambiar después de la terrible primera crisis económica del mundo globalizado está el papel de los sindicatos. Como pudo verse el martes en España con el pinchazo de la anunciada huelga general del sector público, las centrales tradicionales han perdido fuelle en el papel de vanguardia de la clase obrera capaz de echarle un pulso, y ganarlo, al poder político. Los sindicatos son vistos ahora por una mayoría de los trabajadores como unos buenos gestores de las crisis en las empresas, pero no como elprimo de Zumosolde los desheredados, ese que quita y pone gobiernos con grandes movilizaciones detrás de los megáfonos.

Eso explica el escaso entusiasmo con el que los líderes de CCOO y UGT han llamado estos días al combate. Y también el vértigo que sienten ante lo que se había planteado como el segundo y definitivo encuentro en una eliminatoria a doble partido: la huelga general en la que confluyera el malestar de parados, pensionistas, funcionarios, empleados acongojados, víctimas de eresy votantes del PP. El choque de vuelta tendrá que esperar hasta después del verano. En ese plazo, los líderes sindicales abandonarán la trinchera y el grito de ¡ni un paso atrás! para instalarse en el realismo de que este Estado del bienestar, hoy por hoy, no lo podemos pagar.

Responsabilidad

Sería injusto no reconocer el tono responsable con el que las centrales se han enfrentado al huracán de la crisis. En un hipotéticorankingde demagogos, ocuparían uno de los últimos puestos. Sin embargo, se han equivocado al impulsar una huelga de empleados públicos para la que no se daban las condiciones. Primero, porque, como indican todas las encuestas, la mayoría de la sociedad considera necesario el recorte y acertadas algunas de las medidas, por dolorosas que sean, como la reducción del sueldo de los funcionarios. Y segundo, porque el pragmatismo prima en nuestra sociedad de ricos recientes y nadie quiere perder ni siquiera el salario de un día por una batalla perdida. Los sindicatos, en fin, defienden a una mayoría tan angustiada como conservadora.