El epílogo

¿Adiós Catalunya?

ALBERT Sáez

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Imaginemos por un momento una manifestación convocada en Madrid con el apoyo de UGT, Comisiones Obreras, la Real Academia Española, la patronal de la pequeña y mediana empresa de la CEOE, la Federación Española de Fútbol, la plataforma de la ceja, Isabel Pantoja, Alejandro Sanz y el aliento editorial de los diarios El País y Abc. ¿Se atrevería el presidente del Gobierno de España –fuera Zapatero o RajoySEnD a dejar de asistir a la marcha? Es evidente que si la sociedad española hubiera enloquecido y la protesta fuera a favor de las minas antipersona, el presidente –fuera quien fuese– no acudiría. Pero cualquier noble y democrática causa merecería ver al máximo mandatario del país desfilar por las calles de la capital.

¿Por qué razón entonces no debería ir el president Montilla a la manifestación del 10 de julio contra la sentencia del Tribunal Constitucional? Montilla lleva meses dejando claro que a este tribunal lo considera caducado. No lo ha dicho en los diarios, sino que fue al Senado a proclamarlo. Lleva semanas solicitando que se declare incompetente. No lo ha dicho en ninguna radio, sino en un escrito formal. Lleva días advirtiendo de que sentenciar las leyes refrendadas provoca desafección. No lo ha escrito en ninguna pancarta, se lo ha puesto por carta al presidente Zapatero. Montilla ha cumplido en tiempo y forma con la legalidad catalana y española. Eso es precisamente lo que le legitima para encabezar la manifestación.

El hecho diferencial

La historia está repleta de eufemismos que evidencian que las raíces de Catalunya y de España no son exactamente las mismas. Al margen de las consecuencias que se infieran de ello, lo cierto es que el franquismo hablaba de «peculiaridades regionales». En la transición se acuñó lo del «hecho diferencial». Aznar revestido de Piqué lo llamó «patriotismo constitucional» para pactar con CiU y Zapatero llegó a la Moncloa a lomos de la «España plural». Negar esa evidencia es decirle «adiós» a una cierta Catalunya, la que ha jugado a favor de España. Y enfadarse con Montilla por defenderla es no entender ni al personaje ni lo que representa.