Contrapunto

Abusos preferentes y quiebra de confianza

@SalvadorSabria

SALVADOR Sabrià

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Una de las consecuencias de esta crisis financiera, y sobre todo bancaria, que perdurará más tiempo es la pérdida de confianza que se ha creado a los clientes de este negocio. No hay que olvidar en ningún momento que se trata de un negocio, y que este es el primer objetivo de los que dirigen estas entidades. Sin embargo, en periodos de bonanza, y tras años de relación muy personal entre los responsables de las oficinas y los clientes, sobre todo en pequeñas localidades, estos se fiaron de los primeros porque tampoco les había ido tan mal hasta entonces.

Pero con la crisis, las cuentas no empezaron a cuadrar, la competencia se convirtió en una lucha feroz, los ratios pasaron a ser más decisivos que el propio prestigio de la entidad. Incluso algunos, cuando vieron que se hundía el Titanic optaron por arramblar con todo lo que estuviese en su mano antes del desastre final. El cliente volvió a ser considerado solo como una fuente de ingresos, al precio que fuese.

El caso de las participaciones preferentes (prácticamente una mentira desde su propio nombre) es el ejemplo más cruel de esta manera de actuar. Clientes de siempre, los que habían alimentado la vida de muchas cajas con sus ahorros, fueron convencidos, gracias a la citada confianza, de la bondad de productos que contenían mucho riesgo o estaban abocados a la ruina. Quizá en el primer momento no. Pero como recordaba el pasado viernes el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, al tratar el problema de los afectados de Caixa Laietana, el desastre inminente ya era muy visible para los directivos de esta entidad cuando se lanzaron a convencer a sus clientes del negocio que podían hacer aún cambiando preferentes por acciones de Bankia. Hay caso reales que son la mejor demostración de la gravedad y las consecuencias nefastas de este tipo de actuaciones. Como el de aquel cliente que se creyó las recomendaciones de los cajeros y aceptó convertir en preferentes su indemnización por despido, que ascendía a 60.000 euros, y que ahora son unas acciones que valen 40 euros.

Lo más lamentable de este asunto es que lo que ahora todo el mundo lo ve como una evidencia, pero nadie intentó frenarlo cuando se aplicaba por doquier. E incluso hay quien se dedica a hacer informes jurídicos sobre la forma de actuar de cara al futuro con este tipo de productos para que no sean problemáticos, olvidando que sus opiniones sirvieron también para justificar los híbridos que han arruinado a tanta gente.

Tampoco pueden quedar exentos de responsabilidad todos los poderes públicos (municipales, autonómicos y estatales) que debían velar por las buenas prácticas bancarias y que no lo hicieron.