Los cambios en la capital catalana

Abierto por vacaciones

No hace muchos años, Barcelona se relajaba verano, iba a otro ritmo, ¿quién nos ha robado aquellos agostos?

Ilustración de Leonard Beard

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Eva Arderius

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Cae el sol a plomo en la ronda Universitat y no ayuda el humo de los autobuses que han convertido la calle, por desgracia de los vecinos, en una terminal encubierta. Tengo la sensación que el asfalto quema y que los tubos de escape de los buses, con los motores encendidos para mantener el aire acondicionado, suben todavía más la temperatura. Camino dirección rambla de Catalunya esquivando personas. Miro el suelo, las papeleras llenas y pienso en el trabajo de los servicios de limpieza de la ciudad. Paso por delante de restaurantes y me llega el aire hirviendo que expulsan los aparatos que mantienen fresco el interior. Decido entrar en una de las tiendas de la franquicia por excelencia. Hace días que tiene colgados los carteles de rebajas y tengo la tentación de encontrar esa ganga que nadie ha visto. Pero no, me encuentro una tienda llena de turistas comprando directamente con las maletas a cuestas. Paso por delante de las terrazas, los camareros sudan, salen tres vendedores ambulantes cargados de la estación de Rodalies de Plaça de Catalunya. Me meto en el metro, calor insoportable, bolso cogido para evitar los carteristas. Definitivamente el verano no le sienta bien a esta ciudad, Barcelona no ofrece su mejor postal, y ni siquiera necesita una huelga de taxis.

No hace muchos años, la imagen era muy diferente. Hacer las vacaciones fuera de temporada era todo un lujo. Estar en Barcelona en agosto tenía premio. La ciudad se relajaba, durante unos pocos meses iba a otro ritmo. Había algunas bonificaciones que hacían la ciudad más amable. Se podía aparcar gratis, porque con el descenso de coches no se necesitaba la regulación de zona azul o verde. Se circulaba mejor, había menos gente en la calle, en el trabajo se estaba fresco y tranquilo.

Sin tregua antes de septiembre

Todo esto ha pasado a la historia. Aquellas calles vacías durante los meses de más calor, la necesidad de buscar tiendas alternativas porque las de siempre estaban cerradas, aquella calma en el metro y en el bus. Aquella sensación de que la normalidad no volvería hasta las fiestas de Gràcia, donde reaparecían los políticos con cara de vacaciones y aún con vestimenta informal. Ahora solo en la zona alta o en barrios más alejados del centro se puede respirar aquella tranquilidad de verano 'vintage'. ¿Quién nos ha robado aquellos agostos? Poco a poco, sin ser muy conscientes, nos hemos acostumbrado a prescindir de aquella tregua, aquel respiro que permitía coger un poco de aire para afrontar septiembre.

Dicen que el calor irrita, que no deja dormir, que el bochorno provoca mal humor, quizás por eso, estos días también nos miramos las maletas de los turistas de reojo, como si los que hacen aumentar la población de Barcelona estos meses también tuvieran la culpa de la subida de la temperatura.

En plena canícula, vivir en Barcelona tiene más mérito que nunca. Los problemas que algunos barceloneses sufren durante el año se agravan estos meses. Los que padecen un exceso de ruido, tienen más. Las ventanas abiertas nos obligan a convivir con quién no quieres. Los que denuncian demasiada suciedad, ven más en los portales de sus casas. Los afectados por la pobreza energética, no les queda más remedio que pasar calor, poner aires y otros aparatos refrigerantes no entra en sus presupuestos. Los vecinos que se quejan de la presión turística, en esta época tienen muchas más razones para hacerlo.

Ya no queda ningún privilegio de los de antes, ahora los ciudadanos que se queden serán los más castigados por todo esto. Más ruido, más ocio, más actividades, más robos, más 'top manta', más olores, más insectos, más terrazas, más gente en la calle. Los servicios más estresados. En verano, la ciudad se utiliza más que nunca y la combinación de playa y cemento nunca ha sido fácil de conciliar. Y aun así, Barcelona hace un doble esfuerzo. Arrastra el cansancio de todo el año, pero intenta estar perfecta para acoger a los que llegan por primera vez. Máxima exigencia de una ciudad que a veces no entiendo cómo no se agota.

Los agostos tranquilos ya no volverán, así que solo puedo solidarizarme con los ciudadanos que pasaran aquí los meses más calurosos. Quizás ahora que es momento de plantear y empezar a preparar programas electorales se pueda pensar en los barceloneses más barceloneses, aquellos que, por la razón que sea, en verano aguantan y no abandonan la ciudad. Los que le siguen dando carácter y evitando que sea una ciudad fantasma o una ciudad turista. Estos barceloneses se lo merecen todo, ¿para cuándo un homenaje? Sin ellos, Barcelona en pleno agosto sería de todo, menos Barcelona.