Pequeño observatorio

No tengo vida electrónica

JOSEP MARIA Espinàs

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Contesto pocas cartas. Soy un mal corresponsal, pues, y presento mis excusas. La diversidad de peticiones es notable: me piden una respuesta que no está a mi alcance, y que me obligaría a iniciar una investigación; a veces me envían un largo cuestionario, con preguntas que, honradamente, me llevarían a dar extensas y matizadas explicaciones; otras veces las preguntas son tan genéricas que responder en dos líneas sería una frivolidad: «¿Cómo ve la cultura catalana?», «¿qué idea tiene de la muerte?»... Si quien me pregunta me concede dos o tres líneas de explicación, solo podría contestar con un tópico, a lo que me resisto, o intentando escribir un ensayo, lo que al entrevistador no le interesa.

También recibo cartas amables, cariñosas, que agradezco, y que probablemente contestaría si solo me llegara una de vez en cuando. Además, ya paso mucho tiempo escribiendo, que es mi oficio. Lamentablemente, se me acumula un montón de cartas que no he contestado. Y un día que intenté poner orden en la mesa me di cuenta de que aquellas cartas ya eran antiguas, que había pasado demasiado tiempo sin haberlas contestado, y renuncié definitivamente a hacerlo. Pero llegan otras, muchas de las cuales tendrán, inevitablemente, el mismo destino. Yo, que me considero sociable, como corresponsal soy un desastre.

Dicho esto, tengo que aludir al problema de los correos electrónicos. No tengo ordenador, pero recibo correos electrónicos. ¿Cómo es posible? Sencillamente, me envían los correos a la redacción de este diario -donde no estoy nunca- o a la editorial que publica mis libros. Y estas empresas me los hacen llegar por correo postal; que me disculpen las molestias, que no les corresponde. Lo que me intriga más de estos mensajes que recibo por vía indirecta es que sus autores quieren, a menudo, ponerse en contacto conmigo. Y esperan que yo les responda. ¿Cómo? ¿He de llevar mi respuesta mecanografiada al diario para que la tecleen y la envíen por internet? Si les consta que no tengo correo electrónico y quieren respuesta, ¿por qué no incluyen en su texto su número de teléfono o una dirección postal?

El fenómeno va más allá de la anécdota personal. ¿Por qué el correo electrónico, un gran invento, tiene que eliminar a los otros medios? Parece como si cada invención, en vez de enriquecer la diversidad, tenga una voluntad exclusivista. No obstante, me excuso por ser un corresponsal tan imperfecto.