Gente corriente

Pasqual Molina: "¿Mi agenda? Pastorear, pastorear y pastorear"

Pastor de cabras. Llueva, nieve o abrase, cada día lleva a su rebaño a limpiar el monte. La mejor prevención contra los incendios.

Pasqual Molina

Pasqual Molina

NÚRIA NAVARRO

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–No llevo reloj. Solo los malos pastores lo llevan. Las cabras no saben de horas. Limpian el sotobosque a su ritmo. Y los perros y yo, con ellas. Llueva, nieve o haga viento. Esta vida no se aguanta si no tienes vocación. Solo quedamos cinco pastores en Catalunya que desbrocemos el monte, la prevención más barata y natural contra los incendios.

Pasqual Molina (Barcelona, 1953) vive de masovero en la finca Claravalls,

una propiedad en la que se alinean cepas de parellada y chardonnay en perpendicular a El Montmell (Baix Penedès). A unos mil metros de la casa está el rebaño de 300 cabras guardado en unas ruinas medievales, Vall-

flor, parada obligada de antiguos trashumantes.

–¿Dura la vida del trashumante?

–Yo no la cambiaría por nada. Pese a la meteorología, la soledad y las intromisiones de la Administración, esta

vida es gratificante. Un viejo pastor

me enseñó los secretos de El Montmell. Solo te doctoras cuando dominas el monte. Tres mil hectáreas que hago a pie o con la Enduro.

–¿Pastorea en moto?

–Entre ir y venir hago 20 kilómetros cada día, ¿eh? Las motos no estresan a las bestias, como dicen los ecologistas de fin de semana. ¿Sabe quiénes son los ecologistas de verdad? Los que vivimos en el territorio.

–¿Y cómo hace para guiar a las cabras motorizado?

–Sabes adónde van a parar, los perros las guían por la línea de cortafuegos y yo, desde arriba, con prismáticos, controlo la marcha. Si se despeñan, voy en su auxilio.

–¿Se gana usted bien la vida?

–Si no fuera por el mantenimiento forestal, me moriría de hambre. Cobro de Medi Ambient a tanto por hectárea. Porque la carne se vende al precio de hace 30 años y no viene ni un carnicero a pedir un cabrito. En parte, por culpa de la vacuna.

–¿Qué vacuna es esa?

–La vacuna de la lengua azul, una enfermedad vírica transmitida por picadura de insecto. Detectaron un foco en Rioleón Safari y ordenaron vacunar a todos los animales. Las cabras se quedaban secas y se morían. En el 2008 tenía 500 cabezas y me quedan 300. ¡No hay nada peor que ver morir a los animales! Llamé al ministerio y me dijeron que era una vacuna que aún no estaba homologada para las cabras. Pero el mal ya estaba hecho.

–¿Algún otro frente abierto?

–Hace dos años que peleo para que no les hagan tragar a las bestias un crotal electrónico de identificación, un cilindro que contiene aluminio y va a parar al estómago. Diez países europeos están en contra. Así que algunos pastores nos organizamos y nos dirigimos a Bruselas. ¿Qué sabe la Administración de los corrales?

–¿Poco?

–Si nieva, ellos están calentitos en sus despachos. Yo estoy en el monte. Aunque lo peor es el viento, que te impide oír los cencerros. Puedo perder hasta 30 cabezas.

–¿Qué pasa si enferma usted?

–No tengo derecho a enfermar ni a librar un día ni a hacer vacaciones. Mandé una carta a Bibiana Aído reclamando igualdad. Su secretaria me contestó que tenía que estar contento con la vida bucólica que llevaba.

–Quizá no le explicó bien su agenda.

–¿Mi agenda? Pastorear, pastorear y pastorear. Me levanto a las 7, llevo a una veintena de cabritos con sus madres –desde que obligan a incinerar a los animales muertos, los zorros pasan hambre y van a por los vivos–,

vuelvo a arreglar a los patos, gallinas y palomas, y a las 9 avío a las cabras hasta que ellas quieran.

–Una vida de soledad la suya.

–Así es. Pero tengo una compañera. Una alemana de Hamburgo a la que recogí haciendo autoestop y se quedó. Es profesora de idiomas en Vilafranca y ahora también pastorea.

–Curiosa pareja. Hamburguesa e ¿hijo del Penedès?

–No, no. Yo nací en Can Cadena, una antigua masía del siglo XVIII situada en el barrio de la Verneda. Mi tío era el masovero y yo le ayudaba en el huerto. Y pasaba los veranos en la sierra de Espadà, en Castellón, donde mi abuelo tenía un rebaño. De pequeño yo tenía locura por las cabras.

–Siguió sus pasos, pues.

–Al principio me entró el gusanillo de las motos. A los 18 años me enganché a las subidas en cuesta cronometradas. Corrí hasta que en 1991 me rompí el ligamento de una mano en una prueba de resistencia en Calafat. Pero lo rural lo tenía metido dentro.

–¡Un pastor con moto, internet y conexiones en Europa!

–Incluso tengo web. Tome nota: www.motopastor.com