La Diada

2010-2014: la revuelta democrática

El impulso de la política en Catalunya va de abajo a arriba, como con el desbordamiento del franquismo

ENRIC MARÍN

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Este Onze de Setembre Catalunya será, nuevamente, el escenario de una manifestación cívica multitudinaria. Un acto de masas logísticamente complejo que ha contado con la participación de 30.000  voluntarios y que movilizará a cientos de miles de ciudadanos. No es un hecho que se pueda despreciar. Muestra una realidad contundente: el movimiento popular catalán a favor del Estado propio y la profundización democrática es el movimiento social más organizado, articulado y masivo hoy en Europa. No es un soufflé. Tampoco el resultado de una campaña propagandística centralizada y planificada. Los hechos no abonan esta visión conspirativa de la centralidad política del soberanismo en Catalunya.

EL MEDIO DE comunicación social popular de referencia es la televisión. A pesar del liderazgo de TV-3, en Catalunya el 80% de las audiencias televisivas son cautivas de la oferta producida desde Madrid en castellano. Y las posiciones editoriales de estos canales sobre el proceso soberanista oscilan entre la hostilidad y la beligerancia. La realidad catalana no se deja reducir a esquemas de trazado grueso. La reivindicación soberanista es el resultado de un proceso de largo recorrido de la sociedad civil que ha acabado conformando un movimiento que sistemáticamente desborda la política institucional y el sistema mediático convencional.

El final del ciclo político iniciado con la transición se evidenció con el penoso proceso del Estatut de Miravet y se aceleró con la sentencia del Tribunal Constitucional del 2010. La sentencia del TC culminó un proceso, fijando un punto de no retorno. Y el agravamiento de la crisis de los últimos años ha brindado al Gobierno central nuevas oportunidades para vaciar el autogobierno catalán. En este contexto, un sector ampliamente mayoritario del catalanismo ya identifica la continuidad de la identidad nacional con el Estado propio. Es la respuesta intuitiva o razonada a tres constataciones complementarias. En primer lugar, que en el nuevo contexto de mundialización de la economía y de la cultura, ninguna comunidad nacional tiene garantizada su continuidad recreada sin el grado de autogobierno propio de un Estado. En segundo lugar, que el Estado español ya ha demostrado su incapacidad para asumir la singularidad nacional catalana. En tercer lugar, la convicción de que la salida del túnel de la crisis exige poder definir sin subordinaciones un modelo económico y social propio y gestionar directamente la totalidad de los recursos generados por la sociedad catalana. En consecuencia, la política catalana ha roto con el imaginario del autonomismo.

La realidad catalana de los últimos 10 años se ajusta al principio de que los cambios históricos profundos son precedidos por una transformación colectiva y transversal de las mentalidades. Por un cambio del paradigma ideológico hegemónico. Es este cambio lo que está en la base del hecho de que en Catalunya haya tomado forma una verdadera revuelta democrática protagonizada por la nueva menestralía. Del emprendedor autónomo al pequeño o mediano empresario y del trabajador industrial al funcionario de sanidad o enseñanza. Una amplia variedad de perfiles sociales que representa el grueso de las clases populares que ha desconectado de ese patriciado local que vive con evidente incomodidad el nuevo escenario político catalán. Fruto de este desplazamiento de la hegemonía política, los movimientos sociales no se limitan a exigir para Catalunya el poder político, económico o cultural que corresponde a un Estado soberano en el contexto europeo. Piden otra economía, otra política y una cultura y una comunicación más abiertas y democráticas. Como ocurrió con el desbordamiento del franquismo, el impulso de la política en Catalunya va de abajo a arriba.

EL CATALANISMO responde de forma mayoritaria a lo que Manuel Castells llama una identidad-proyecto. Sobre la base de la reivindicación cultural, las dos señas de identidad más relevantes del catalanismo de este siglo XXI son de carácter democrático (derecho a decidir) y social (proyecto colectivo e inclusivo). Este proyecto pasa por consolidar un modelo democrático propio para un país socialmente equilibrado que se convierta en motor económico, político y cultural del sur de Europa. En contraste , el Estado español vive una crisis sistémica en la que las élites que gestionan el poder de Estado en España demuestran la misma incapacidad para entender y gestionar el debate territorial que la exhibida en el ámbito crisis de la economía o institucional. En cuanto a Catalunya, no parecen ser conscientes de que el pronunciamiento democrático del pueblo catalán es inevitable. Cuando quieran reaccionar será tarde. La disposición de las piezas sobre el tablero de ajedrez comienza a ser bastante clara.