cine

Todo el mundo ama a Amy Adams

¡Cuidado, Meryl Streep, peligra tu trono!

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Nando Salvà

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A estas alturas, en pantalla Amy Adams ha hecho de todo. Pocas actrices en activo saben pasar de interpretar a una princesa de cuento a dar vida a la durísima novia de un boxeador y de ahí a meterse en la piel de una amenazante fanática religiosa. Nicole Kidman no puede hacer eso, y por supuesto Julia Roberts tampoco. En términos de variedad, para encontrarle parangón habría que girar la cabeza hacia, sí, Meryl Streep, con la que ha trabajado -y de la que ha tomado buena nota- en dos películas.

Desde que en el 2005 surgió poco menos que de la nada con su trabajo en esa joya indie llamada '<strong>Junebug</strong>', por la que fue nominada al Oscar, Adams ha protagonizado musicales, comedias gruesas, intensos dramas, melosas romcoms, cine infantil y aventuras de superhéroes. En el proceso ha sido candidata a la estatuilla cuatro veces más -por 'La duda' (2008), 'The fighter' (2010), 'The Master' (2012) y '<strong>La gran estafa americana</strong>' (2013)-, y es casi seguro que volverá a serlo en breve, quizá hasta por partida doble, gracias a un par de complejas interpretaciones que la muestran como nunca antes la habíamos visto.

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Solo dos semanas después de llegar a la cartelera al frente del drama de ciencia-ficción '<strong>La llegada</strong>', en el que conmueve encarnando a una lingüista enfrentada a la tarea de comunicarse con unos visitantes alienígenas, hoy lo hace a bordo de la intrincada intriga '<strong>Animales nocturnos</strong>', segunda película como director del diseñador Tom Ford.

En ella, Adams da vida a una galerista súbitamente azotada por los fantasmas del pasado tras leer la nueva novela de su exmarido. Poco rastro hay en el papel de los personajes dulces y soleados que ayudaron a la actriz a convertirse en estrella.

UNA ESTRELLA, NO UNA CELEBRIDAD

Buena parte de lo que ambos títulos tienen de bueno se lo deben a Adams. Y también en ese sentido se impone una alusión a Meryl Streep. Gracias a ambas actrices, películas que uno no necesariamente querría ver se convierten en citas cinematográficas ineludibles. La diferencia es que Adams no las usa para lucirse, sino que se pone por completo a su servicio.

Será por eso que ha tenido que esperar tanto para ser reconocida, o que ya se haya acostumbrado a volverse a casa de vacío la noche de los Oscar. O quizá esto último se deba a que Amy Adams es una estrella pero no una celebridad. Su vida privada no parece interesarle a nadie, y ella no ha tratado de que empiece a hacerlo. A nadie le importa a qué fiestas va, ni qué viste en las alfombras rojas. Y tal vez ese es el motivo, o más bien la consecuencia, de que al verla en escena nos la creamos tanto.