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'La muerte de Stalin', el chiste del genocida

La nueva sátira del británico Armando Iannucci es un hilarante recordatorio de la miseria humana que hace aflorar la búsqueda del poder

Película 'La muerte de Stalin'

Película 'La muerte de Stalin' / periodico

Nando Salvà

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¿Te sabes el chiste del tipo del bigote que mató a millones de personas? Probablemente no. No es fácil verle la puñetera gracia a lo atroz. Pero 'La muerte de Stalin' demuestra que es posible, y no solo eso. También que ridiculizar la barbarie puede llegar a ser una poderosa arma para la protesta política.

Tan solo hace falta un talento como el de Armando Ianucci, una de las grandes mentes cómicas de nuestro tiempo. A lo largo de su carrera, en ficciones como las teleseries 'The thick of it' y 'Veep' o el largometraje 'In The Loop', ha hecho humor negrísimo con el fin de demostrar que la escena política es un universo poblado por individuos débiles, mezquinos, estúpidos, incompetentes o inmorales, o todas esas cosas a la vez, en el que el cinismo y la mala fe son permanentes.

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Aquí, de nuevo para examinar cómo la búsqueda del poder hace aflorar la fealdad humana, Iannucci recrea uno de los hechos capitales del siglo XX: la muerte del dictador soviético Joseph Stalin, el tipo del bigote que mató a millones. Y demuestra la osada mezcla de comedia y terror que el absurdo del totalitarismo encarna.

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En concreto, el británico imagina la salvaje lucha por la supremacía política que pudo tener lugar entre miembros clave del politburó después del óbito y el clima de crueldad extrema y arbitraria y de paranoia en el que esta debió de suceder, espoleado por el miedo de esos hombres a que nuevas purgas sellaran sus destinos del mismo modo que antes habían sellado los de todos aquellos suficientemente incautos como para desafiar al líder.

Para ellos no hay tiempo que perder: existen mucha información que manipular y legados que formular y recuerdos del antiguo régimen que quemar y enterrar. Y mientras eso ocurre, la cúpula del gobierno soviético se convierte en un laboratorio en el que la ambición, la brutalidad y la idiotez se mezclan en una infalible pócima de la risa. De la risa nerviosa, eso sí. Porque afuera, en las calles, la gente es oprimida. Y muere.

Ianucci no se olvida de ello. En ningún momento trata de empatizar con esos tipos. Los retrata como seres monstruosos, tan repugnantes que resulta imposible encontrar un bando en el que alinearse entre tanta estrategia sombría. Y, viéndoles, queda claro que la suya no es una historia exclusivamente sobre Rusia.

Cierto es que en nuestros días no hay 'stalins', pero sí hay 'trumps', 'erdoganes', 'putins', 'orbáns', 'dutertes' y otros líderes cuya única convicción política radica en el deseo de poder personal. Y que están aún más cerca.

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