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Keanu Reeves ríe el último

Con 'John Wick' (2014), calló la boca a quienes daban su carrera por acabada. Ahora estrena la secuela, 'John Wick: Pacto de sangre'

Keanu Reeves estrena la película 'John Wick: Pacto de sangre'

Keanu Reeves estrena la película 'John Wick: Pacto de sangre'

Nando Salvà

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Keanu Reeves le han dado muchos palos. Desde el principio de su carrera han hecho chistes a costa de su nombre -significa "brisa fresca sobre las montañas" en hawaiano-, han convertido su imagen en sucesivos 'memes' -'Sad Keanu' es el más famoso— y, sobre todo, se han reído de su trabajo.

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En buena medida porque saltó a la fama dando vida a palurdos bonachones en películas como 'Las alucinantes aventuras de Bill y Ted' (1989) y 'Dulce hogar… ¡a veces!' (1989), la crítica se dedicó sistemáticamente a poner verdes sus posteriores intentos de hacer cine serio.

Hay que reconocer que, en la piel del personaje equivocado, el actor es capaz de lo peor. En cuanto se embute en un traje de época o un disfraz, por ejemplo, se le pone cara de no recordar dónde aparcó el coche.

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Sirvan como ejemplo su interpretación de Jonathan Harker en 'Drácula de Bram Stoker' (1992) y su encarnación de Siddharta en 'Pequeño Buda' (1993), ambas motivo de burla generalizada, o su agarrotado intento de dar vida al malvado Don Juan en 'Mucho ruido y pocas nueces' (1993).

Contemplarlo en esas películas, agitando las manos sin motivo o hablando entre susurros cuando no hay necesidad, es como contemplar a un niño saltando de una mesa para imitar a Superman antes de darse de morros contra el suelo. Y cuando lo intenta con papeles románticos, como los de 'Noviembre dulce' (2001) y 'La casa del lago' (2006), recuerda a un alien que intenta reproducir mecánicamente los signos del sentimiento amoroso.

UNA CARA MUY DURA

Todo cambia, eso sí, cuando Reeves da vida al personaje adecuado. Resultó increíblemente convincente encarnando a un chapero bisexual en 'Mi Idaho privado' (1991) y estuvo fantástico interpretando a un drogadicto incapaz de distinguir la realidad del delirio en la joya de la animación rotoscópica 'A Scanner Darkly' (2006).

En particular destaca en la piel de meras presencias, de personajes definidos más por lo que hacen que por lo que dicen o lo que piensan. Su inexpresividad -desde Buster Keaton no se recuerda un rostro más pétreo que el suyo- puede funcionar de maravilla en el contexto adecuado.

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En 'Matrix' (1999), el hieratismo le encajaba como un guante a un personaje de tintes mesiánicos, y que en realidad era más holográfico que humano; en 'Speed', el rostro impenetrable denotaba estoicismo y resolución -¿quién tiene tiempo para expresar emociones cuando debes evitar que un autobús salte por los aires?-. 

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Y en 'Le llaman Bodhi' (1991), que su personaje fuera un agente del FBI infiltrado en una banda de atracadores surfistas daba pleno sentido a su cara de palo.

No es casual que estos tres últimos títulos sean cine de acción. Ese género es el hábitat idóneo para Reeves, porque en él los movimientos, las maniobras, valen más que los diálogos.

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El actor siempre ha estado en su salsa encarnando a hombres violentos porque se le nota tan a gusto empuñando un arma o blandiendo una espada -incluso en una película tan desastrosa como '47 Ronin' (2013) él daba el pego- como incómodo sentado frente a un ordenador.

PERSONAJE DISEÑADO A MEDIDA

Y eso sin duda lo convierte en la persona más dotada para interpretar a John Wick, el matón que en 'John Wick' (2015) se veía obligado a salir de su retiro para vengarse de los malnacidos que mataron a su perro -se lo había regalado su esposa fallecida- y que ahora, en la secuela 'John Wick: Pacto de sangre', sigue mostrando un rigor y una habilidad sobrehumanos a la hora de partir huesos por la mitad, trepanar cabezas y apretar el gatillo sin descanso.

Es un personaje literalmente diseñado a la medida de sus limitaciones actorales, y por tanto se entiende que lo haya devuelto a la primera línea de Hollywood tras una década de tránsito por el desierto. ¿Quién se ríe ahora?

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