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'Invitación de boda': ¿cabe toda Palestina dentro de un Volvo?

En su tercera película, Annemarie Jacir emprende un viaje por carretera para explorar conflictos familiares y sociales enquistados en la comunidad palestina

Película 'Invitación de boda'

Película 'Invitación de boda' / periodico

Nando Salvà

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Las vidas de los palestinos están llenas de deberes. El deber de permanecer unidos y mantener su identidad viva a pesar de que el restrictivo estado israelí no se la reconoce; el deber de criticar a sus propios líderes, la Autoridad Nacional Palestina, por estar cada vez más desconectados de la ciudadanía; y, por encima de todo, el deber de sobrevivir y de resistir. 'Invitación de boda', cuyo título original es 'Wajib' -palabra árabe que significa precisamente “deber”- es una celebración de esa resistencia.

Para ello, la tercera película de Annemarie Jacir observa a un padre y a un hijo que viajan por las laberínticas calles de Nazaret, la ciudad con más población árabe de Israel, y a través de una diversísima comunidad palestina a la que el padre trata de mantener unida y que el hijo simplemente no entiende. La tensa relación entre ambos funciona como miniatura de una nación fracturada por el contraste entre los que se van y los que se quedan, y entre quienes aceptan el estado de las cosas y quienes abogan por la rebelión.

Años después de instalarse en Italia, Shadi regresa al hogar a regañadientes para cumplir una tradición: repartir puerta a puerta junto a su padre, Abu Shadi, las invitaciones para la boda de su hermana. Durante buena parte del relato, pues, los dos hombres alternan trayectos en coche -sí, un viejo Volvo- con sucesivas visitas a casas en las que toman café e intercambian frases amables o esquivan preguntas incómodas.

Desde el principio de 'Invitación de boda' queda claro que este es el retrato de dos polos opuestos. El padre considera que este tipo tradiciones son necesarias para mantener la cohesión y el hijo las considera inútiles. El uno representa la realista resignación propia de los árabes que viven sometidos a la autoridad de Tel Aviv; el otro, la ingenuidad de quienes opinan sobre ese sometimiento desde la distancia.

El viaje les permitirá reconectar pero también los forzará a confrontar los fantasmas que acechan su historia familiar; no hace falta haber visto muchas películas para saber que, tarde o temprano, los dos hombres acabarán al borde de la carretera, lanzándose las verdades a la cara.

Lo que le falta al relato de originalidad Jacir lo compensa suministrándonos dosis regulares de humor basado en la observación de actitudes que cualquiera que viva en una familia o una comunidad podrá reconocer, y que en última instancia vehiculan una idea moderadamente optimista: puede que los conflictos políticos no tengan solución, pero las fisuras entre padres e hijos pueden repararse a través de las palabras, y solo a través de ellas.

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