CINE

Florence Foster Jenkins, la peor cantante del mundo

Un gran amor por la música y una voz horrible. ¿Cómo llegó a cantar ópera?

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NANDO SALVÀ

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¿Por qué tuvieron 'freaks' como Cañita Brava o Leonardo Dantés sus 15 minutos de gloria? ¿Qué nos fascina de aquellos que se suben a un escenario para hacer el ridículo? Quizá contemplarlos nos permita reírnos de algunas de nuestras más aterradoras fantasías: someternos al escrutinio público, ser objeto de escarnio, descubrir que hemos salido a la calle sin pantalones.

Sea como sea, los que cantan mal nos llegan al alma y eso explica la popularidad de Florence Foster Jenkins, que cantó las más complicadas arias embutida en trajes extraños, que mató una canción tras otra y atrajo a una legión de fans a la escena del crimen, y que en el proceso se erigió en uno de los símbolos más rutilantes de la Cultura Basura.

Por algún motivo, la considerada "peor cantante de todos los tiempos" nunca antes había sido tan popular como ahora. Solo unos meses después de que se estrenara en cines 'Marguerite', la historia de una soprano ficticia claramente inspirada en su biografía, este viernes llega a nuestras pantallas el 'biopic' 'Florence Foster Jenkins', dirigido por Stephen Frears. En la piel de la heroína titular, Meryl Streep hace gala de su habitual entrega: tras exhibir sus dotes melódicas en películas como 'Mamma Mia' (2008), 'Into the woods' (2014) y 'Ricki' (2015), la actriz resulta igualmente convincente fingiendo aquí la más absoluta incapacidad vocal.

ATROCIDAD DE VOZ

El chiste no es que Jenkins fuera una cantante horrible; el chiste es que al mismo tiempo estuviera tan loca de amor a la buena música y que en realidad solo le separara de ella un obstáculo: esa atrocidad de voz, que dependiendo de a quien se pregunte era comparable a los graznidos de un ganso hambriento, o a los quejidos agónicos de un gato y un pato estrangulados de forma simultánea, o una hiena en medio del parto, o a una puerta necesitada de 3 en 1.

Ella, en todo caso, se veía a sí misma como un talento, en buena medida porque la rodeaban aduladores reacios a desengañarla, quizá porque la querían o porque querían su dinero.

PIANO Y SÍFILIS

Jenkins parecía destinada a convertirse en pianista de éxito, pero una sífilis que le contagió su primer marido no solo le arruinó las manos sino que posiblemente afectó también su sentido del tono. En todo caso, con la considerable fortuna heredada de su padre se las arregló para hacer carrera en el mundo de la música, primero convirtiéndose en una conocida filántropa en la sociedad neoyorquina y después en mecenas de su propia carrera.

Su más fiel apoyo en el proceso fue su segundo marido, St. Clair Bayfield, encarnado en la película por Hugh Grant. Bayfield fue el encargado de envolver la aventura musical de Jenkins con un grueso manto protector. Solo dejaba que celebrara actuaciones privadas ante un público formado por fans seleccionados a dedo, que en realidad eran amigos de la familia y señoras mayores duras de oído. Vetó por completo a los críticos musicales verdaderos y solo leía a su mujer las opiniones favorables, en su mayoría escritas por críticos comprados.

DISCO FILTRADO

El espejismo no duró mucho. Cuando Jenkins impulsivamente grabó un disco para regalárselo a sus allegados, la grabación se filtró a las emisoras de radio y rápidamente sufrió el tipo de propagación que hoy se etiquetaría como viral. De inmediato, la mujer se convirtió en encarnación perfecta de ese tipo de arte del que suele decirse que “es tan malo que es bueno”; obras tan capaces de sobrepasar los límites del mal gusto que incitan al disfrute sincero y desprejuiciado.

Fue esa grabación lo que con el tiempo acabaría convirtiéndola en una atracción de culto reivindicada por artistas de la talla de David Bowie. Pero, en su momento, para ella fue el principio del fin.

El 25 de octubre de 1944 ha pasado a ser una fecha señalada en los anales de la ineptitud. Ese día Jenkins logró llenar por completo el aforo del prestigioso Carnegie Hall (ni siquiera Frank Sinatra sería capaz en toda su carrera de agotar tan rápido las entradas del recinto) para celebrar un concierto tan horrible que se convirtió en leyenda.

Por una vez, la nutrida audiencia no estaba contratada por Bayfield, y habían acudido al evento como si de un espectáculo de humor se tratara. El ridículo al que Jenkins se vio sometida la dejó devastada. Murió un mes después.

FINAL TRÁGICO

Fue un final inconfundiblemente trágico que 'Florence Foster Jenkins' no pasa por alto. En manos de Frears y Streep, esta historia permanece alejada de la caricatura, y ocasionalmente coquetea con la tragedia. Hay una sensación de dolor detrás de cada uno de los salvajes gorgoritos de su protagonista: está viviendo una mentira, y si está dando a la gente exactamente lo que quieren es directamente a costa de sí misma.

Al final, en todo caso, no importa por qué las personas respondían a sus salidas de tono, y es por eso que esta película resulta ilustradora de la complicada relación que tenemos con los artistas. ¿Es la envidia que sentimos hacia aquellos verdaderamente dotados lo que nos hace quedar hipnotizados cuando el arte indiscutiblemente terrible se cruza en nuestro camino? Y si algo tan malo provoca una reacción tan real, ¿es realmente malo?