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La obra gráfica del MNAC, la punta del iceberg

El Palau Nacional inaugura una sala donde expone una pequeña muestra de una de sus colecciones más amplias y ocultas

Exposición de la obra gráfica del MNAC

Exposición de la obra gráfica del MNAC / periodico

Natàlia Farré

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Manipular cajones. Abrir, mirar y cerrar. No es algo habitual en un museo. Como tampoco es usual que haya una sala que simule un gabinete de reserva en medio de la colección permanente. En el MNAC la hay. Desde la semana pasada. Muestra un pequeño aperitivo de la colección más oculta del centro: la de obra gráfica. Y lo hace como si estuviera en el espacio de conservación y permitiendo la participación del público. Las obras están en cajones, como mandan los cánones, para estar protegidas de la luz y otros elementos perniciosos para el papel, delicado él, pero estos pueden ser abiertos por el público.

Una novedad, la de poder tocar los soportes de exposición, que cuesta de asimilar. ¿La prueba? Los visitantes entraban en la sala, miraban las obras que hay colgadas en las paredes y las de las vitrinas con cristal. Punto. No osaban abrir los cajones. Pero cuando alguien da el paso, aprenden rápido. Pasaba el sábado. Y atreverse valía la pena.

La diferencia de hacerlo o no bascula entre ver o no ver grabados de Durero y Piranesi, genios los dos del buril. Y entre disfrutar o no de las litografías en color de dos maestros de la estampa japonesa como son Katsushika Hokusai y Utagawa Kunisada. Y entre contemplar seis acuarelas de Marià Fortuny o triplicar el placer.

UN FONDO DE 90.000 PIEZAS

La Sala de Obra Gráfica es una de las novedades de la nueva presentación de la colección de renacimiento y barroco, aunque ni la temática ni la técnica nada tienen que ver con el periodo. Vamos, que por aquello de que el Pisuerga pasaba por Valladolid (o sea, época de obras), en el MNAC han aprovechado para abrir una ventana a las 90.000 piezas de obra gráfica, ahí es nada, que nunca se ven. No por falta de calidad sino de espacio.

Las limitaciones físicas del centro son legendarias y objetivas: en las reservas no cabe ni un alfiler, las exposiciones temporales se celebran en dos almacenes y la flamante nueva presentación del periodo de renacimiento y barroco ocupa un pasillo entre la sala oval y la calle. Así que ¿dónde exponer los grabados, dibujos y fotografías que custodia el museo? Y los que podría custodiar...

No en vano, uno de los mayores problemas del Palau Nacional es lidiar con todos los legados que llegan o quieren llegar. Ahí están la colección de Manel Armengol y Eugeni Forcano, por poner dos ejemplos, esperando una solución, económica y espacial, para poder ingresar.

BODEGONES CONTEMPORÁNEOS

La Sala de Obra Gráfica no es la solución, pero sí una pica en Flandes. Se ha pasado de exponer algún grabado, dibujo y fotografía diseminados por la colección permanente de arte moderno a tener un espacio donde hacer rotar una sesentena de esas obras. Es solo la punta del iceberg, una muestra del potencial de la colección, un pequeño aperitivo que en el menú actual incluye naturalezas muertas de la fotografía contemporánea (un guiño a la colección de barroco), como el jarrón con flores y plato de frutas de Otho Lloyd y los bodegones de Joaquim Pla Janini, Oriol Maspons y Toni Catany. Y la vanitas de Emili Godes. 

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