CINE

Cuando el amor hace inventario

La película del belga Joachim Lafosse es la demoledora crónica de las últimas semanas de vida de un matrimonio, y del imposible reparto de los restos de una vida compartida

Nando Salvà

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A excepción de sus diez minutos finales, 'Después de nosotros'  transcurre enteramente en una casa. Grande y hermosa, pero esa también se nos pueden llegar a caer encima. La película arranca en pleno drama: Boris (Cédric Kahn) llega a la casa y Marie (Bérénice Bejo) en seguida le increpa: hoy no le toca cuidar de las niñas, así que aquí no pinta nada hasta la noche. Él decide ignorarla e ir a la suya mientras ella sigue hostigándole y tratando de que, simplemente, se largue.

Tras el intrigante comienzo, pronto comprendemos que Boris y Marie eran pareja y se han separado, pero antes de irse cada uno por su cuenta deben vender la vivienda. Llevan 15 años hirviendo reproches y resentimientos y el cazo se ha desbordado. El amor se ha convertido en odio y tensión constante.

La casa es de Marie: la compró con el dinero de su madre, mientras que Boris llegó con una mano delante y otra detrás. Aunque fue él quien la renovó hasta tal punto que su valor en el mercado se ha duplicado. Por tanto, quiere la mitad del dinero que dé la venta.

El director Joachim Lafosse en ningún momento nos explica qué fue lo que provocó la ruptura, y eso nos incita a analizar cada línea de diálogo en busca de pistas, significados y trasfondos. En todo caso, el motivo fundamental probablemente sea la distancia social: Marie es burguesa y Boris pertenece a la clase trabajadora, aunque no trabaje. Ella siempre ha sido el sostén económico. Con el tiempo, eso les ha minado la moral. Como resultado, él es un hombre que se aferra a lo perdido, y en el proceso acepta humillaciones -por ejemplo, acampar en una pequeño cuarto, como el invitado muerto de hambre que siempre fue-; y ella ha llegado a un punto en el que la presencia de él la irrita de modo incontrolable.

COMO EL GAS SARÍN

COMO EL GAS SARÍNLos dos personajes van y vienen atrapados en un espacio del que no pueden salir; se abandonan a una sucesión de gritos y provocaciones y miradas asesinas cuyo objetivo es hacer daño a toda costa, aunque eso implique perjudicar a las gemelas o a amigos cercanos. Lafosse captura esa danza mortal con una cámara en constante movimiento que se mueve dentro de la casa como un animal lo haría dentro de una jaula, y captura así toda esa hostilidad que se propaga como el gas sarín.

Pese a que ahora se agreden sin pausa, Marie y Boris se amaban; es obvio: cada mirada lo atestigua, cada pulla lo prueba. Probablemente sea eso lo que hace que contemplar su conflicto resulte tan fascinante, aunque, por momentos, tan difícil. Lafosse logra que nuestra percepción de quién tiene la razón y quién la culpa cambie constantemente. Sea cual sea nuestra historia conyugal, en la historia de Marie y Boris encontraremos dolorosas verdades autobiográficas sobre las decisiones que los adultos debemos tomar a veces para seguir viviendo, y sobre lo importante que es dejar que un matrimonio muera antes de que su enfermedad contagie otras cosas esenciales.

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