Teatro
'La resposta', cuadro de desilusiones
Brian Friel, el llamado Chéjov irlandés, pinta con detalle un desolador fresco familiar en 'La resposta', que dirige Sílvia Munt en el Goya
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes Pérez
Del dramaturgo irlandés Brian Friel (1922- 2015) hemos visto en nuestros escenarios obras tan aplaudidas como 'Dansa d'agost' o 'Translations'. La primera fue todo un acontecimiento cuando se estrenó en el Lliure en 1993, bajo la dirección de Pere Planella, y repitió éxito hace dos años cuando la rescató en la Biblioteca de Catalunya Ferran Utzet, que un par de años antes había hecho una primera inmersión con Translations en el teatro de Friel. Un dramaturgo a quien se conoce como el Chéjov irlandés, en una etiqueta justificada por el vuelo que tienen sus textos y las atmósferas que crea.
Ha vuelto a la cartelera barcelonesa con 'La resposta', una pieza escrita en 1997 que ha llegado al Goya, dentro del programa del Grec, con dirección de Sílvia Munt. Es esta una obra de menor empaque que las anteriores aunque Friel ratifica su habilidad para la composición de un cuadro familiar, de un entorno en el que se dicen muchas cosas pero no pasan en igual medida.
'La resposta' es como un embalse, un gran lienzo que pueblan unos personajes atrapados, al más puro estilo Chéjov, en una existencia desoladora. Tom Connoly (David Selvas) es un escritor con más talento que éxito. Junto a su mujer, Daisy (Emma Vilarasau), aguarda la visita de un agente literario (Eduard Buch), que sopesa adquirir toda su obra para la universidad de Texas. Es el camino que le queda a la pareja para salir de unas estrecheces económicas que se unen a la insoportable pena de tener una hija adolescente ingresada en un sanatorio psiquiátrico. Un trauma que deja una ardiente huella que la madre intenta aplacar con el alcohol.
La llegada del agente no será la única aquel fin de semana. Los padres de Daisy (Carme Fortuny y Ferran Rañé), un amigo escritor (Àlex Casanovas) y su mujer (Àngels Gonyalons) completan la lista de visitantes. La madre es una médica retirada, con una incipiente demencia, que sufre además la cleptomanía de su marido, un viejete jovial y con aires de dandi pero con esa tendencia irreprimible que le crea más de un problema. Garret (Àlex Casanovas) es un vendedor de best-sellers que esconde más de una inseguridad y que es víctima de los implacables dardos dialécticos de su esposa.
Sílvia Munt nos sirve este agrietado mosaico existencial con su contrastada capacidad para dirigir de forma pulida y detallista. Mueve sus piezas con solvencia y, por ejemplo, Vilarasau se enfrenta a un personaje bastante menor de los que suele interpretar. Pero despacha en una obra coral un notable trabajo de matices, como también hace Selvas, brillante en un monólogo final en el que Tom se agarra al poderoso faro de la ficción para huir del desamparo. El resto ejerce de perfecto acompañamiento en un montaje lastrado por su estatismo. Y es que Friel se detiene en tejer una galería de personajes sin un conflicto que invite a despertar el entusiasmo del espectador.
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