cine

Jean-Pierre Léaud: la pantalla hecha carne

Su nombre es sinónimo del cine mismo. Con ocasión del estreno de 'El león duerme esta noche', repasamos la carrera de este actor francés

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Nando Salvà

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Es el rostro y la voz y, en suma, la personificación de las películas. A lo largo de una trayectoria de más de seis décadas, desde que François Truffaut lo escogió para que diera vida a su álter ego Antoine Doinel en 'Los cuatrocientos golpes' (1959), Jean-Pierre Léaud ha sido para el cine francés lo que John Wayne fue para las películas del oeste: su espíritu y su imagen de marca. En el proceso, experimentó dentro de la pantalla el tránsito de la infancia a la adolescencia y el de la rebeldía juvenil a la atemperada madurez, bajo la atenta mirada de una audiencia no precisamente masiva pero sí masivamente devota, y de una sucesión de directores que se han servido de la carga simbólica que este actor único soportaba sobre los hombros.

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Su condición simbólica empezó a construirse gracias al plano final de 'Los cuatrocientos golpes', que hoy en día está considerado uno de los más importantes de la historia del cine. Tras escapar de un centro de menores, el joven Doinel corre por la playa, hacia el mar, y tras mojarse los pies se gira hacia la cámara; su mirada, entre perdida y desafiante, queda capturada en una inolvidable imagen congelada que parece interpelarnos: «Y ahora, ¿qué?». Léaud se metería en la piel del personaje cuatro veces más –en 'Antoine y Colette' (1962), en 'Besos robados' (1968), en 'Domicilio conyugal' (1970) y en 'Amor en fuga' (1979) –, y se convirtió en tal emblema de la Nouvelle Vague que buena parte de sus papeles posteriores fueron vistos como variaciones de Doinel aunque en ocasiones fueran más bien reacciones contra él.

UN ACTOR CONVERTIDO EN MITO 

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A partir de entonces, Léaud trabajó para los directores galos que más estaban trabajando para cambiar el lenguaje cinematográfico: rodó seis películas para Jean-Luc Godard –entre ellas 'Masculino, femenino' (1966) que el director definió como una oda «a los hijos de Marx y a la Coca-Cola», y 'La Chinoise' (1967), sobre una célula de estudiantes maoístas–, y exploró el desengaño posterior a Mayo del 68 primero junto a Jacques Rivette en el díptico 'Out 1' (1971-72) y luego a las órdenes de Jean Eustache en la magistral 'La mamá y la puta' (1973).

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Y de forma casi natural, decimos, se fue convirtiendo en avatar del hecho fílmico mismo. Por un lado, encarnando a directores obsesionados o locos, o azotados por sus sueños rotos de gloria, a las órdenes de Bernardo Bertolucci en 'El último tango en París' (1972), Olivier Assayas en 'Irma Vep' (1996) y Bertrand Bonello en 'El pornógrafo' (2001); por otro, abrazando su condición de icono para interpretarse a sí mismo, primero en '¿Qué hora es?' (Tsai Ming-liang, 2001) y, luego, en la película a bordo de la que hoy llega a los cines. En 'El león duerme esta noche', lo nuevo del japonés Nobuhiro Suwa, Jean-Pierre Léaud da vida a un frágil actor que, mientras se prepara para rodar la escena de su propio fallecimiento, es visitado por el fantasma de su gran amor.

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¿Es casual que se trate de la segunda reflexión consecutiva sobre la muerte que Léaud nos ofrece a través de su trabajo actoral? Después de todo no ha pasado ni año y medio desde que se estrenó en nuestro país 'La mort de Louis XIV' (2016), en la que el catalán Albert Serra lo usó para recrear los últimos días del llamado Rey Sol. Resultó imposible contemplar aquel retrato de un monarca moribundo y no dar por hecho que, hasta cierto punto, también lo era de un actor que se convirtió en mito encarnando las promesas y la energía consustanciales a la juventud y que hoy acusa el inevitable declive físico causado por toda una vida vivida frente a la cámara. En todo caso, eso sí, no hay motivo para pensar en funerales. La gente como Léaud nunca muere.