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'Have a nice day': una montaña de escombros llamada China

En su segunda película, Liu Jian juguetea con los códigos del cine negro para ironizar sobre la fiebre capitalista que asola su país

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Nando Salvà

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'Have a nice day' es algo nunca antes visto: una película china que funciona a la vez como un 'neonoir' lleno de ingenio y borbotones de sangre; una crítica, sombría y corrosiva y de locuacidad especialmente llamativa considerando los rigores del sistema censor de Pekín, a la avaricia institucionalizada y al capitalismo; y una pieza de animación posmoderna de deslumbrante minimalismo.

Su protagonista es una bolsa que contiene un millón de yuanes, propiedad de un mafioso despiadado y dado a las digresiones. Al principio del relato el chófer del gánster roba el dinero con la intención de usarlo para pagarle una operación de cirugía plástica a su novia. No tarda en haber un montón de gente siguiendo la pista del botín y, a medida que este va cambiando de manos, una sucesión de malentendidos, traiciones, coincidencias y golpes de mala suerte convierten la persecución en un demencial zigzagueo narrativo.

DECADENCIA Y MATERIALISMO

Más allá de los tópicos del cine policial que recicla con un tono bufo que evoca comedias de los Coen como 'Quemar después de leer', y de esos diálogos llenos de referencias tanto a Steve Jobs y Donald Trump como al budismo y la pintura fovista que la emparentan con las de Tarantino, la gran baza de la película es su afilada mirada a un mundo decadente, infestado de mugre y escombros y enloquecido por culpa del materialismo, en el que la ideología comunista es solo una vaga memoria y la codicia se considera una virtud.

Todos aquí se definen por su relación con el dinero; todos apuñalan al de al lado, o lo golpean, o simplemente lo atropellan. Y todo por una bolsa llena de billetes, símbolo de la fantasía de una vida mejor de la que, queda claro desde el principio, es evidente que nadie va a ser capaz de disfrutar. Y lo que convierte ese fatalismo en algo cómico es la naturaleza inconfundiblemente ridícula de sus personajes, que mayormente son capos que no logran intimidar o ladrones que no saben robar o asesinos que no pueden matar. En suma, unos peleles.

A ese humor, que oscila entre lo vitriólico y lo surreal, sin duda contribuye una animación que estimula nuestro distanciamiento irónico apostando por una gama cromática mortecina, unos contornos simples y una apuesta general por la contención y el estatismo —en ocasiones una simple voluta de humo o un neón que parpadea son la única fuente de movimiento en el plano—que, además, enfatiza la idea general de la película: que en este mundo, físico y moralmente ruinoso, no va a cambiar nada. A excepción, claro, del número de cadáveres esparcidos por el asfalto.

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