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'En tiempos de luz menguante': un salón lleno de hojas marchitas

El director alemán Matti Geschonneck visita la fiesta de cumpleaños de un viejo comunista para recordar la crisis ideológica que trajo consigo la caída del muro de Berlín

'En tiempos de luz menguante'

'En tiempos de luz menguante' / periodico

Nando Salvà

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Como suele decirse, la historia la escriben los vencedores y, en aras de la sustancia narrativa —entre otros motivos—, uno desearía que no fuera así. Mientras los relatos de triunfo se apoyan en una concepción casi siempre formularia del heroísmo, los de derrota están llenos de conflictos, contradicciones y emociones complejas. En otras palabras, de drama.

'En tiempos de luz menguante' es ese tipo de historia. Esencialmente habla de la disolución de la República Democrática Alemana, que para muchos significó la muerte del ideal al que habían consagrado sus vidas y la pérdida del lugar al que solían llamar hogar. Uno de estos perdedores es Wilhelm Powileit (Bruno Ganz), un hombre que se ha pasado la vida dando a su patria mucho más de lo que recibía a cambio y, que pese a ello, permanece testarudamente leal al régimen comunista. De hecho, es el único que no se da cuenta de que la historia ya no está de su lado, o que se niega a hacerlo.

La película empieza con un breve prólogo situado en un lugar remoto de la Rusia rural en el que el otoño es conocido literalmente como «el tiempo de la luz menguante», y pronto quedará claro que aquí las hojas amarillentas y los árboles mortecinos son símbolos de un sistema que para muchos estuvo lleno de belleza y esperanza pero que acabó marchitándose para siempre. 

Sin embargo, el grueso de la narración transcurrirá en otro lugar: Berlín occidental, solo unos días antes de que el mundo vea a David Hasselhoff cantando y bailando en la capital alemana para celebrar la caída del muro. 

En el hogar de Powileit, de todos modos, el ambiente no es precisamente festivo a pesar de que lo que allí se celebra es su 90º cumpleaños y de que, inicialmente, solo unos pocos de los presentes —familia, amigos, miembros del partido— saben que el nieto del viejo ha huido al lado capitalista. 

CÓMICO Y SEVERO

A medida que la reunión avanza, la atmósfera se vuelve cada vez más tóxica. El director, Matti Geschonneck, maneja hábilmente el escenario único para transmitirnos la sensación de claustrofobia sin que la puesta en escena peque de rigidez o teatralidad, y al mismo tiempo combina con destreza lo severo —emociones como el resentimiento y el miedo— con lo cómico —una iguana disecada, un policía incapaz de llegar al baño—. Y el pulso dramático que esos elementos proporcionan se sostiene hasta que, al final, una vez todos los secretos han sido revelados, queda claro que nadie —ni la familia más nostálgica, ni el régimen más hermético— se libra de enfrentarse cara a cara con el pasado y mucho menos, con el futuro. 

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