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'Los perros': una rabia para la que no hay cura

La segunda ficción de Marcela Said explora heridas abiertas en la sociedad chilena a través del turbio romance entre dos seres moralmente podridos

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Nando Salvà

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Uno de los elementos esenciales del Nuevo Cine Chileno es la voluntad de los autores que forman parte de él de reflexionar sobre cómo el complejo presente de su país está relacionado con su traumático pasado, y especialmente con los terrores impuestos por el régimen de Pinochet. En su segundo trabajo de ficción, 'Los perros', Marcela Said se confirma como miembro destacado de ese grupo de cineastas espoleados por la necesidad de autocrítica nacional. 

En él acompaña a Mariana (Antonia Zegers), que a sus 42 años es un pájaro encerrado en una jaula dorada. Dispone de todos los privilegios que las pasadas conexiones de su familia con la dictadura son capaces de ofrecerle −y frente a las que parece mirar para otro lado − pero vive una vida miserable, en parte por la incapacidad de su padre y su marido para tomarla en serio; uno ignora las protestas de su hija ante su decisión de vender parte de sus propiedades a una empresa maderera; el otro la trata como a una niña que debería limitarse a escuchar y obedecer. En parte a través de las agresivas conversaciones que la mujer mantiene con ellos, 'Los perros' se envuelve desde el principio de una espesa atmósfera de tensión y hostilidad. 

Tras apuntarse a clases de equitación, Mariana se siente atraída por su instructor, Juan (Alfredo Castro). Y cuando descubre que el hombre al que solían llamar 'Coronel' se halla bajo investigación por crímenes cometidos en nombre de Pinochet, la atracción se convierte en fascinación. Decidida a descubrir la verdad sobre él incluso aunque ello implique airear trapos sucios sobre su propia familia, la mujer se deja arrastrar a una relación para la que quizá no esté preparada. Llamar romance a lo que sucede después no resulta apropiado, considerando que lo que mueve a estos dos seres tan turbios no es el amor, sino una conexión más perversa, como si los instintos más oscuros de ella hallaran solaz al entrar en contacto con los de él.

GENTE DESAGRADABLE

Said pide mucho de nosotros: que pasemos nuestro tiempo con gente desagradable −no solo Mariana y Juan, sino también todos los que les rodean− y que empaticemos con las crisis existenciales de quienes colaboraron con la dictadura o se beneficiaron de ella. Pero es precisamente aceptar esas exigencias lo que nos permite captar el aire de podredumbre moral que envuelve 'Los perros'; el mismo aire que inevitablemente también envuelve a cualquier sociedad construida sobre cunetas llenas de cadáveres y en la que los torturadores de antaño reciben medalles y sobresueldos. 

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