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El viaje de Haneke al fondo de sí mismo

En su nueva película, 'Happy end', el más célebre cineasta austriaco compila temas y obsesiones ya explorados a lo largo de su carrera

Nando Salvà

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Cuando Michael Haneke hace una película llamada 'Happy end', uno puede estar seguro de que no acabará bien. En su cine, después de todo, los finales nunca son felices. A lo largo de sus 12 largometrajes, el director austriaco se ha dedicado a conciencia a hurgar en el tipo de deseos, pensamientos, impulsos, acciones y reacciones humanos que la mayoría de nosotros no nos atrevemos a admitir ni a debatir.

En concreto, la nueva película habla de psicopatías, de tóxicos privilegios, de racismos, de suicidio. Y, de hecho, de muchas cosas más. Pero quienes no presten suficiente atención, o incluso quienes sí la presten, quizá no entiendan del todo lo que en ella sucede. Muchas grandes películas exigen al público que conecte por sí mismo algunos de sus puntos narrativos, pero Happy end es toda puntos y ninguna línea argumental. El espectador debe trazar por su cuenta el retrato, buscar significado entre la colección de escenas aparentemente banales que capturan sucesos cotidianos de la vida de una familia y en las que las historias individuales tienen poco espacio para tomar forma. Lo que interesa a Haneke es componer un mosaico de apatías, engaños, odios y pulsiones aniquiladoras con el que sumirnos en un estado sostenido de amenaza.

PROBLEMAS DEL PRIMER MUNDO

Como a menudo en sus películas, el asunto central de 'Happy end' parece ser el grado en que el privilegio y la riqueza pueden llegar a corromper a las personas. Un ejemplo es la familia protagonista, perteneciente a la burguesía francesa y compuesta por varias generaciones de tarados infelices que existen en una burbuja aislados de los problemas del mundo.

La película transcurre en Calais, la ciudad desde la que más inmigrantes intentan cruzar a Inglaterra, pero eso es algo que nadie adivinaría a juzgar tanto por la indiferencia de la prole protagonista como porque la película en todo momento se interesa más por los problemas del primer mundo de sus miembros que por la crisis de los refugiados. Al hacerlo, claro, está sugiriendo que esa es también nuestra distante manera de experimentar la gran tragedia humana de este tiempo.

También como de costumbre, Haneke hace avanzar la historia —por llamarla de alguna manera— de forma lenta y parsimoniosa, y escenificando escenas domésticas de un modo que en todo momento deja abierta la posibilidad de un estallido repentino de violencia extrema. Contemplamos la pantalla e inevitablemente pensamos: ¿qué repentino desastre podría pasar ahora? Asimismo, el austriaco va plantando pistas falsas al fondo del plano o en alguna de sus esquinas, u observa las situaciones desde una gran distancia, con el objetivo de mantenernos desconcertados.

Por ese motivo, 'Happy end' es una obra que invita a sucesivos visionados a pesar de que, en realidad, con ella el director no hace mucho más que reincidir en temas y obsesiones que ya ha tocado con más profundidad en sus películas previas. Por un lado, eso la convierte en una obra menor; si su filmografía es una colección de formidables capítulos, estas serían las notas a pie de página. Por otro lado, ¿es que no se ha ganado Haneke su propio álbum de grandes éxitos a estas alturas?

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