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'Comanchería', el desierto es una jungla

La película del británico David Mackenzie es un magnífico neowéstern lleno de tensión, humor negro e hipnótica melancolía

'Comancheria'

'Comancheria' / periodico

Nando Salvà

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A primera vista, 'Comanchería' puede parecer solo una buena película de policías y ladrones, dotada de escenas de atracos llenas de furia y tensión, y de persecuciones y huidas frenéticas. Sin embargo, es mucho más que eso. De entrada, es la historia de dos parejas de socios.

La primera la componen dos hermanos de sangre que roban bancos. Tanner (Ben Foster), por un lado, es un perro rabioso; Toby (Chris Pine), por otro, trata de ser un buen hombre aunque sepa que, para aquellos en sus circunstancias, eso es imposible. La segunda pareja está formada por dos agentes de la ley. Marcus (Jeff Bridges) es un ranger a punto de retirarse para quien resolver este último caso significa poder meterse un rato más con su paciente compañero Alberto (Gil Birmingham).

Mientras los policías siguen los pasos de los forajidos, el director David Mackenzie va poniendo el foco alternadamente en unos y otros. Que sus historias paralelas acabarán cruzándose es algo inevitable, pero Mackenzie hace tan buen trabajo desarrollando y humanizando a los dos pares de personajes que uno casi prefiere que eso no suceda, porque al hacerlo tendremos que ponernos de parte de unos y contra los otros.

Y nuestras simpatías están divididas. Sentimos que, en otras circunstancias, estos cuatro hombres podrían sentarse juntos a comer un buen filete. Ninguno de ellos es el villano. El villano aquí es otro.

En 'Comanchería' hay atracadores de bancos y bancos que roban y, una vez sus motivos son revelados, comprendemos que Tenner y Toby son los descendientes lógicos de Bonny y Clyde y otros nobles bandidos que luchan contra un sistema corrupto que aplasta al hombre común. 

Mackenzie nos pasea por una versión moderna del Salvaje Oeste, hecha de paisajes desolados, tierras estériles y ciudades desiertas; de oportunidades perdidas y desesperación, y hombres empujados al precipicio de la ruina financiera y obligados a tomarse la justicia de la frontera por su mano.

TONO FATALISTA

Mientras lo hace, Mackenzie muestra un agudísimo olfato para localizar las ironías de la vida; el humor casi siempre negro envuelve a los personajes, tanto cuando matan el tiempo como cuando se matan entre sí. Y pese a ello el tono fatalista y elegíaco permanece.

El destino inevitable se cierne sobre el vasto e imponente horitzonte, y sobre unos personajes que se saben a punto de convertirse en fantasmas o, peor aún, en muertos vivientes.

Quienes sobrevivan lo harán aplastados por el peso del pasado, condenados a ir marchitándose hasta desaparecer en una tierra que sin duda correrá la misma suerte...

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