CINE
Albert Serra, nuestro hombre en Marte
El cineasta vuelve a demostrar que es de otro planeta con 'La mort de Louis XIV'
Abert Serra es como el Nobel de Bob Dylan: genera una agresiva división de opiniones. Al de Banyoles se le venera o se le detesta. Ha sido definido un número parejo de veces como un visionario o un fantoche, como pura petulancia y como todo lo contrario: un necesario antídoto a los más pretenciosos vicios del cine de autor. Al morbo contribuye la actitud de 'rock star' que luce en público, con sus manos llenas de anillos, sus gafas de sol, su cara de póquer y sus afirmaciones sobradas.
Pero el debate se debe sobre todo a sus películas, obras propias de un talento radical, impredecible, provocador y, sí, marciano: es un cineasta único. Nadie hace lo que él hace, y eso ahuyenta el consenso.
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¿Y qué hace Serra? Su método se basa en ritmos comatosos, prefiere la improvisación a los diálogos escritos y privilegia la creación de atmósferas sobre los desarrollos dramáticos al uso. Sus premisas narrativas se basan en desmitificar a personajes icónicos, factuales o ficticios: 'Honor de caballería' (2006) retrataba a Don Quijote y Sancho, 'El cant dels ocells' (2008) imaginaba el viaje de los Reyes Magos, e 'Història de la meva mort' (2013) planteaba el encuentro imposible entre Casanova y Drácula.
ÚLTIMOS DÍAS DEL REY SOL
Y en su nuevo filme, La mort de Louis XIV, el director catalán evoca los agónicos últimos días del llamado Rey Sol. Encarnado por el mítico Jean-Pierre Léaud (icono de la 'nouvelle vague'), el monarca permanece postrado en una cama, rodeado de médicos, aristócratas y sirvientes, desconcertado ante su propia finitud.
Así de simple o, según se mire, así de complejo. Las películas de Serra visitan otras épocas pero no son lo que entendemos por pasado: cada momento es presente, inmediato. Y suspenden a sus héroes en tiempos muertos o en un permanente 'impasse', y los oponen a la imagen que tenemos de ellos: nos los muestran comiendo y cagando y muriendo, como hacemos todos.
AMBIENTE SOMBRÍO
En efecto, el deleite en la vulgaridad del cuerpo humano es una de sus constantes, pero si en obras previas se entregaba a él con espíritu travieso, en 'La mort de Louis XIV' el avance de la gangrena impone un ambiente sobrio, sombrío y hasta solemne. Podría considerarse una obra reverente de no ser porque hay algo subversivo en su modo de recordarnos que un cadáver aristocrático huele igual de mal que uno plebeyo, y en retratar la muerte como un ritual tedioso, ridículo y aterradoramente banal.
Y porque, en definitiva, Serra ha hecho lo que muchos de nosotros llevamos tiempo queriendo hacer: matar a los poderosos. ¿Cómo no va a tener nuestro voto?
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