GLADIADORES DE LA PALABRA

Literary Combat: que todas las guerras sean como esta

Ocho parejas de rapsoda y músico demuestran en un Jove Espai La Fontana a rebosar que la poesía está muy viva

Imma Muñoz

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Aunque no os lo creáis, las dos personas de la foto están disputando un combate. Se están retando a golpe de micrófono y solo puede quedar una. Por embrujo de la palabra, él, Salva Soler, es el fuego; ella, Adriana Bertran, la bombera que tiene que extinguirlo. La pugna no acabará en cenizas, sino en llamarada de poesía: petición de mano del fuego a su enemiga, descubrimiento del camino que pueden hacer juntos, abrazo de comunión. Mis lagrimones podrían haber apagado el incendio. El del escenario y los que están devorando la pampa argentina.

Qué bonito asistir a un parto poético. Qué bonito ver a ocho portentos de la versificación, junto con ocho genios de la melodía, enfrentarse al reto de crear de la nada ante una platea a rebosar. Qué bonito que el cerebro no pare y que su chucuchú de máquina de vapor caliente el corazón, que la inteligencia entre por la piel y se deslice casi sin querer hasta el alma, y divierta, y reconforte, y relaje al tiempo que excita, como si lo que sucede ante los ojos (desorbitados, por otra parte) fuera lógico, natural, fácil. Y no: brillar en un combate literario, como el que se celebró el pasado 2 de febrero en el auditorio del Espai Jove La Fontana, no tiene nada de fácil. 

Se enfrentaban (por usar un verbo bélico acorde con la retórica del acto, aunque si algo se respiraba era fraternidad) ocho dúos rapsoda-músico. La batalla era doble: un dúo contra otro, y ambos contra los riesgos de la improvisación. Los rapsodas tenían tres minutos para construir un poema articulado en torno a un lugar, un objeto y una acción determinados por el azar en forma de papelitos de colores. Los músicos reseguían el serpenteo de las palabras, de las voces, de los cuerpos (todo entraba en juego para comunicar, para seducir) con sus instrumentos, logrando una compenetración de letras y notas pasmosa, que rizaba el rizo en la segunda prueba de las eliminatorias, en la que los dos poetas debían interpelarse en intervalos de 30 segundos durante un total de cinco minutos. Un jurado profesional (novedad de esta cuarta edición de los Literary Combat, que arrancaron hace un año en el Club Cronopios, y que desde entonces, y trasladados al Espai Jove La Fontana, infinitamente mayor que la sala de la calle de Ferlandina, han ido casi a uno por estación) debía elegir al ganador enarbolando una pluma azul o roja, según fuera el color de su combatiente favorito. 

LA VERDADERA VICTORIA

A la  final llegaron Dani Orviz (con Christian Quesada a la percusión) y Jaume Muñoz (con la guitarra eléctrica de Gabriel Millán). Por separado construyeron ingeniosos relatos para dotar de guion las imágenes del vuelo de una mariposa, Orviz, y de una ciudad filmada cabeza abajo, Muñoz («¿Quién quiere vivir en Copenhague pudiendo vivir en una Barcelona al revés?», concluyó el creador de los versos más políticos de la noche). Juntos, en armónica lucha, idearon un cuento que empezaba: «Era el primer día de una nueva vida», y se retaron en un «Yo soy» en el que cada identidad llevaba a otra mayor, más absoluta. Y eso que el punto de partida era (ahí es nada) «yo soy la lucha por la vida».    

Ganó Orviz, campeón de Europa de Slam Poetry y poeta de alquiler, con una chispa natural y un temple desarmantes, aunque un Muñoz crecido (se clasificó en el primer duelo entre gritos de «¡tongo, tongo!», pero en los dos combates posteriores se ganó al público) no se lo puso fácil, con imágenes más titubeantes, pero de bella simplicidad. Bueno, ganó Orviz, pero en realidad, como dijo el incisivo presentador, el 'cronopio' Ramon Buj, que lucía pelucón y actitud a lo Falco en 'Rock me Amadeus', ganaron todos porque «la única victoria radica en el mérito de ser lo suficientemente valiente como para luchar». Lo fueron. Y que todas las guerras sean como esta. 

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