ODA AL VALOR

El instrumento de control más potente

El periodista italiano Gabriele Romagnoli demuestra en 'El arte de vivir sin miedo' por qué vale la pena esforzarse en tener coraje

Gabriele Romagnoli

Gabriele Romagnoli / periodico

IMMA MUÑOZ

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«El miedo es útil. No para quien lo sufre, sino para quien lo infunde. No existe instrumento de control más potente». Cuando Gabriele Romagnoli (Bolonia, 1960) escribió estas palabras incluidas en 'El arte de vivir sin miedo' atronaban en su mente las ráfagas de disparos que acabaron con la vida de 87 personas en la sala Bataclan, en París, en noviembre del 2015. Pero por encima del silencio ensordecedor de la muerte, en su recuerdo destacaba el alarido de la dignidad, encarnado en una joven italiana.

Valeria Solesin y su novio estaban en esa sala cuando los asesinos entraron en ella, disparando a todo lo que se movía. Se tumbaron en el suelo, boca abajo, entre muertos-muertos y muertos-vivos, implorando sin implorar que las balas pasaran de largo. Permanecieron así al menos una hora, interminable. La peor de sus vidas, sin duda. Entonces Valeria se levantó y echó a correr tratando de huir. «Por desgracia, no lo consiguió, pero en aquel breve espacio de tiempo, volvió a vivir como un ser humano. Porque los seres humanos no estamos hechos para vivir boca abajo», sigue escribiendo Romagnoli.

No, no lo estamos. El instinto nos lleva a erguirnos, y por eso el poder recurre al miedo para mantenernos con la cabeza gacha. Miedo a perder la consideración social. Miedo a perder el trabajo. Miedo (cada vez más tangible, más concreto) a perder la vida. Y tanto tememos perder que no parecemos reparar en el terrible malgasto de vivir a medias y de tolerar la peor de las pérdidas: la de uno mismo. Quienes sí son conscientes de ello luchan. Cada uno con sus armas. También lucha Romagnoli con las suyas; con una, fundamentalmente: el periodismo.

ANTE TODO, PERIODISTA

Como en su libro anterior, 'Viajar ligero', en 'El arte de vivir sin miedo' Romagnoli reflexiona sobre la vida como lo haría un filósofo, pero partiendo de su condición de periodista. Si en aquella ocasión viajaba a Corea del Sur para asistir a su propio entierro y, metido en un ataúd, descubrir qué es esencial y qué es accesorio en la vida, esta vez parte hacia París tras los pasos de un pariente lejano, Antonio Sacco, al que la fundación Carnegie otorgó una medalla al valor en 1936.

Romagnoli tiene el qué, el quién, el cuándo, el dónde pero le falta el por qué, así que se lanza a desentrañar la maraña de un acto de valor «en letras minúsculas» que le llevará a conocer a Giuseppe, un jardinero que tuvo que rematar a un compañero en la guerra para evitarle una muerte agónica; a Ana, una inmigrante moldava que pasó dos años de penurias para poder llegar a Italia; al futbolista Abidal, que disputó una final de Champions, y levantó la copa, tras jugarse la vida en un quirófano; a Laura, que perdió a su marido en un atentado en Bagdad...

Como periodista, le mueve la curiosidad, pero también (o sobre todo) la convicción de que entre los atributos de quienes se dedican a este oficio no puede faltar una «capacidad crítica que obligatoriamente debe mostrar hacia cualquier forma de poder». Y el poder nos quiere asustados, porque asustados es sometidos. «Podemos entrenarnos para el coraje. Podemos ir a buscarlo en ejemplos. Por eso los he reunido todos aquí», concluye. Para darnos armas contra el acogotamiento. Haciendo periodismo del bueno. 

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