HISTORIA DE UN DUELO
¿Y dónde meto el amor / que no te puedo dar?
María Leach escribe estos dos versos, los titula 'Dilema' y te desarma. Ahí está todo: la verdad del dolor y el artificio de la destilación poética. Y así todo un libro, 'No te acabes nunca', imprescindible
Al principio sus poemas eran «una riada», una avenida de agua torrencial de esas que arrastran piedras, troncos y animales muertos, como habrían sido sus lágrimas de haber podido llorar, de no haber estado en 'shock'. En un año, María Leach (Barcelona, 1979) se había casado, había sido madre y se había quedado viuda. En un año. Con solo 33. No era fácil controlar el huracán de sentimientos y convertirlos en gotitas saladas que arrastraran el dolor de dentro hacia fuera en un viaje amargo -y largo, sí, larguísimo- pero liberador. No era fácil llorar. No era fácil hablar. Así que optó por escribir.
«La poesía siempre había estado en mi vida. Mi abuelo me enseñó a apreciar a poetas como Àlex Susanna o Joan Margarit, y me animaba a escribir. Y yo me recuerdo haciéndolo desde niña», sonríe María. Los versos hicieron brotar las palabras que el dolor atascaba en su pecho, y cada noche, cuando su hijo Nico, que apenas tenía seis meses, se dormía, ella rimaba el duelo de la pérdida.
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«Estuve dos años escribiendo los poemas de 'No te acabes nunca', y cuando se cumplió el tercer aniversario de la muerte de Charlie me puse a editarlos. Lo hice en tres días, tres días con sus noches, en los que ordené todo el material que había elaborado y lo destilé. Un solo poema cargado de mensajes se convirtió en tres o cuatro, por ejemplo, cada uno con una idea clara. Y lo que hacía dejó de ser una terapia para tomar forma de libro de verdad».
CONTRADICCIONES
Un sueño de infancia hecho realidad. Otra contradicción en unos años de vaivén emocional que marearían hasta al más viajado cosmonauta. «Sí: del momento más doloroso de mi vida ha surgido la alegría inmensa de ver publicado este poemario, y sobre todo de ver la respuesta de la gente. Muchas personas me han dicho que es el primer libro de poesía que leen. Me parece precioso», explica abriendo mucho los ojos, como sorprendida aún por la facilidad con la que ha conectado con unos lectores que encuentran en sus versos verdad y artificio, vida y literatura: el dolor de María es real, está ahí, golpea, es nuestro, pero no porque ella nos lo cuente, sino porque nos lo muestra a partir de la cotidianidad, poniendo el 'zoom' en detalles reveladores, destilando universalidad de las vivencias más íntimas. La pérdida de María es solo la suya y es la de todos.
Y es, también, un aprendizaje. Un máster en relativización. «Yo era feliz con Charlie. Y de pronto un día tuve que aceptar que ya no iba a estar conmigo nunca más, que le había perdido, que todo lo que habíamos sido, ya no. Y decidí que quería seguir siendo feliz. Y que debía centrarme en disfrutar de mi hijo, y perder el miedo al cambio, y desterrar completamente el estrés laboral. Y, pese al palo que me ha dado la vida, ahora soy más consciente que nunca de la suerte que tengo por todo lo bueno que me rodea». Porque, como ella misma escribe en 'Ganas de mí', «la vida comienza a ser un desenlace inevitable». —
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