LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

La Taverna dels 11: gran placer a precio pequeño

Rubén Ruiz y Cristina Coromí defienden la cocina de barrio en un microrrestaurante de 22 metros cuadrados

Rubén Ruiz y Cristina Coromí, en el microrrestaurante La Taverna dels 11

Rubén Ruiz y Cristina Coromí, en el microrrestaurante La Taverna dels 11 / periodico

Pau Arenós

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[Este restaurante ha cerrado]

<strong>La Taverna dels 11</strong> está en el número 11 de la calle de Tavern y dispone de asientos para 11 personas. Ocupa 22 metros cuadrados, que es lo mismo que 11 + 11. Pese a los números, no hay divagaciones cabalísticas en este microrrestaurante (estilo garaje como Blavis), sino resignación y funcionalidad: los ahorros no daban para más.

Me chiva la existencia del comedor de bolsillo -sin mesas, solo barra rectangular- Roger Solé Jové, peluquero y gastrónomo. Cristina Coromí es una fiesta, y su pareja y cocinero, Rubén Ruiz, un hombre que sabe lo que quiere y cuáles son los límites (no los actuales, claro, demasiado exiguos).

Embarcada en el inexistente movimiento Nueva Cocina de Barrio (La ForquillaPetit Pau), La Taverna ofrece placer a precio pequeño: 10,95 euros el menú. Quiero probar la carta, pero no puedo resistirme al arroz con pollo y nabos de la Cerdanya que forma parte de los platos del día. Algo subido de sal, cumple en intención.

La especialidad son los molletes que les envían desde la empresa San Roque, en Antequera. En la población andaluza, los fabricantes deben de estar desbordados, tal es la demanda de ese bocata que ha pasado de lo local a lo general, del bar al restaurante finolis.

Mollete Power, o Mollete Poderío. Rubén trabaja tres tamaños y 12 variedades, cuatro de ellas, gurmets. Muerdo el de rabo de vaca, queso stilton y pera y está rico-rico. Un guiso de altura metido entre panes. Aquí hay cocina. «Me gusta mucho el pan, el pan tierno. La idea era preparar un bocadillo diferente», 'bocatea' Rubén.

Sigo con una croqueta -más redonda que elíptica- de pollo de Artesa de Segre sin apenas bechamel: en el 'croqueteo' se abusa de los lácteos, que dan como resultado cuerpos blandurrios.

Bravas -de verdad: pican- en cazuelita, patatas con piel cubiertas con romesco y pisto. Y unas ortiguillas de Cádiz rebozadas -qué difíciles de encontrar en la ciudad- con ralladura de lima para refrescar. De postre, panacota. No se puede pedir más a 22 metros cuadrados.

He bebido una copa de Cupatge 2014 y otro Comalats 2014, también disponible en versión' bag in box' de La Festival. 'Bag in box': La Taverna cabe dentro.

Rubén, que fue fuego y ceniza en hoteles y en el efímero Bar Nou, enseña una libreta con las enseñanzas más importantes de su vida: las recetas de la abuela Carmen, cordobesa como su padre.

Abuela que cocina o cocinaba en Sant Feliu de Llobregat: «De niño, yo no comía verduras. Lo más verde era una oliva». Verdea ahora y se lo debe a Carmen, así como las lentejas («cuando muera, dejaré de comerlas») con comino y especias, el pollo, la 'manteca colorá', el cocido, los callos.

El espíritu de la guisandera está muy presente en este cajón gastro. Hay otra abuela llamada Carmen, esta, de Cristina, que tocaba la caza con buen tiro. Se enorgullece Rubén de ser el depositario del conocimiento cinegético.

La casa es pequeña, pero los productos que ofrecen son grandes: anchoas de El Xillu, embutidos de cabra de Donum Deus, pasteles de Foix de Sarrià, cafés de El Magnífico.

En la Barcelona de los 'cutrepisos', la plenitud del microrrestaurante.