Los restaurantes de Pau Arenós

Porta Gaig: feliz en el aeropuerto

Fina Navarro y Carles Gaig se atreven con el Petit Comité

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[Este restaurante ha cerrado]

Ir al aeropuerto es un engorro, una servidumbre, un martirologio que convierte a los usuarios en santos. Qué ganas de que inventen el teletransporte. Pero mientras los primos vulcanianos del señor Spock investigan sobre la reconstrucción del átomo en tránsito, el viajero puede calmar el desasosiego en Porta Gaig, el establecimiento del maestro Carles Gaig y Fina Navarro en la T1.

¡Es posible comer con placer y entusiamo en un aeródromo!

Abandonemos los bocadillos gomosos, los cafés requemados y las colas en los autoservicios por los platos excelsos, el servicio refinado, la amplitud entre mesas y el menaje de lujo.

Situado antes de cruzar los arcos detectores y la humillante gimnasia de los brazos arriba, Porta Gaig está abierto a gente con y sin maleta, a pasajeros y a visitantes, a familias celebratorias y a ejecutivos cargados con maletines silenciosos y mordedores.

Antes de subir a un avión tengo el estómago más cerrado que el ojo de un topo, así que entré sin convicción. Volaba a Bolonia y se acercaba una tempestad. Pedí el timbal de macarrones gratinados: si iba a ser la última comida prefería digerir una imagen de la infancia.

Añadí más confort al buche: los buñuelos de bacalao, las croquetas de rustido y los calamares a la romana, aunque mi destino final era al norte, Módena.

Quedé tan satisfecho que decidí repetir a la vuelta, ya tranquilo y sin miedo, sabiéndome superviviente e intentando evitar los huevos estrellados por sus connotaciones catastrofistas.

Me puse otra vez en manos de Marc Melet y Melissa Blanstein (sala) y Josep María Aroca e Ignasi Colomer (cocina), la tripulación al mando del espacio de 700 metros cuadrados (es tan grande que puede dar sensación de soledad), abierto entre las 12 y las 17 horas.

La barra de la entrada permite comidas rápidas a precios de 'low cost' (entre 15 y 20 euros) y la sala, la magnificencia de la cocina popular.

Probé el aperitivo de patatas fritas caseras, la 'vichyssoise' con fuagrás, el ravioli con calabacín y gambas, los pulpitos con alcachofas de El Prat (homenaje al territorio), el arroz con pichón (jum, a volar), el pollo de 'pota blava' rustido a la catalana, el 'fricandó' con 'moixernons', el capipota (picantito y ahumado como el Barón Rojo) y la espuma de crema catalana y solo puedo decir: «Comandante Gaig, el vuelo ha sido magnífico».

El vino era Terra Remota, una invitación al viaje. Después del banquete me sentí un lastre, incapaz de alzar el vuelo.

Marc aseguró que son capaces de un servicio a reacción, que es lo propio de unas instalaciones aéreas: «Depende del cliente. Si dispone de media hora, será media hora. Tenemos una buena organización cocina-sala».

Felices al fin en un aeropuerto.