LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS
Bar del Pla: Picasso entraría
La cocina popular tiene una dimensión pedagógica que algunos chefs aún no entienden. Enseñar a comer, proteger el patrimonio, difundir la memoria, explicar el territorio con los platos comunales. Por eso deberían avergonzarse todos esos retorcedores de recetas que, atrincherados en los puntos turísticos, proporcionan a los turistas una gastronomía de corona de espinas.
Paellas ponzoñosas, canelones de plastilina, bravas de queroseno. Los extranjeros viajan a la ciudad, comen en esos abrevaderos de mulas y después regresan a sus países, tal vez sobre el hielo, con sombreros mexicanos, camisetas de la roja, el paladar de cartón y una intoxicación de sangría inflamable.
Por eso anima y fortalece que a pocos metros del Museu Picasso esté el Bar del Pla y su oferta tapeadora. ¿Lo hacen bien? Sí, pero podrían hacerlo mejor, meditando la estructura de algunas tapas y descargándolas de elementos superfluos. Ante los forasteros –y no digamos los locales– tienen la responsabilidad de ejecutar con estilo el repertorio de la pequeña ración. Que se lleven un buen recuerdo y hablen de Barcelona con nostalgia de gamba.
Hace un año, Jaume Pla transformó el Re-pla en una tapería y se asoció con Jordi Palomino y el chef Jordi Peris. El establecimiento es encantador, una barra enorme, mesas de mármol, magníficas bóvedas, clientela agradable y guapa, del barrio, actrices prometedoras y extranjeros cúbicos y bizcos después de la visita al Picasso.
Palomino maneja una carta-tarjetero de vinos descarados, con una docena a copas. La primera que recomienda es de Ros Marina, del Garraf. La segunda es de Gresa, del Empordà. Ambos son un contrapunto excelente para el picoteo.
Entre las sorpresas, el pan finísimamente cortado y tostado que el chef Peris sirve con (bueno y previsible) 'tartar' de atún con guacamole y que debería aprovechar como soporte de ensaladas o anchoas.
Insisten los dos Jordis en que pasan «a diario por el mercado», eligiendo de aquí y allá en busca del material inmediato. ¿Lo mejor? El 'cap-i-pota' (al que le sobra el bacalao) y el crujiente de rabo de vaca (que no necesita del fuagrás).
¿A mejorar? El carpacho de mango con virutas de fuagrás con desperdigadas habitas, un revuelto picassiano. Tienen gracia la bomba de pulpo, la croqueta negra de chipirón y la de jamón y rustido. Precisas las gambas y los chipirones salteados. El 'peu de porc' con fresas habría que llevarlo al planchista. El postre de mojito devuelve a los 'guiris' a casa con una sonrisa burbujeante.
Cocina abierta de 12 a 11, trasiego continuo de parroquianos, sofisticado bar de barrio. Picasso entraría.
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