Atapa-it

Ana Bas y Andreu Graupera, sentados en la escalera que conduce al primer piso de Atapa-it. Foto: Juan Pedro Chuet-Misse

Ana Bas y Andreu Graupera, sentados en la escalera que conduce al primer piso de Atapa-it. Foto: Juan Pedro Chuet-Misse

Pau Arenós

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Vivamos el momento

Andreu Graupera se hizo tatuar el brazo izquierdo con un tópico latino tras un accidente del que salió ileso. Carpe Diem. Vive el momento. Debajo, el nombre de las dos abuelas. Vive el momento. Vivan las abuelas.

Andreu y su socia, Ana Bas, pertenecen a la Generación Audaz, hombres y mujeres que en lugar de acoquinarse y cubrir la cabeza a la espera de que escampe, salen a la intemperie de las deudas y el relámpago de los gastos. Ana resistió hasta última hora en el Icho de Ana Saura y Andreu se presentó con el Ohla de Xavier Franco.

En julio se hicieron con el traspaso del restaurante italiano Massimo, que antes alojo el primer intento de Àngel Pascual de triunfar en Barcelona con el fugaz XXL Tapes (2006).

Lo han llamado Atapa-it (al menos es fácil encontrarlo en internet) y han planificado una cocina de tapas, seguros de que la manera barcelonesa de comer es la miniatura. Llevamos años teorizando sobre la microgastronomía y habrá que hacer énfasis en cómo la salsa brava ha encharcado la mente de los jóvenes chefs. ¿Hay vida más allá de la patata picante? Seguro que sí. ¡Pues que se manifieste!

Sirven bravas, y buenas; croquetas, y buenas; y vieiras con angulas de monte (camagroc), y buenas.

Como con placer, aprecio la habilidad del cocinero, pero pregunto a Andreu el por qué de la Invasión de la Patata Brava y sus amiguitas Croqueta y Hamburguesa.

Sé la respuesta, sé que son bien recibidas por un público sin esnobismo gastro y aún más en Atapa-it, pues los dueños se deben al barrio y a la clientela de cercanía y por eso el menú es una ganga a 10,90 euros, ¡6,90 con un plato! En absoluto son ellos --los últimos en llegar-- los que tienen que romper con la dictadura patatil, pero aprovecho para reflexionar sobre la clonación.

Captaron mi atención con la esqueixada ahumada al estilo roquiano –cuidado, amigos, no abusen de las campanas, que pronto serán epidémicas--, un platillo de primera. Estuvo a la altura el pulpo con patatas glaseadas, vicio mantequilloso, y disfruté como un mongol con el tartar, uno de los mejores de estos tiempos recientes y tartarizados.

También tuvo nota alta el rabo de vaca con nabos, “rabos y nabos”, según la carta. Y, para atapeir-me, pedí un tastet del capipota con garbanzos del menú del mediodía y en aquel guiso estaba el espíritu de las abuelas. Ana atendió de maravilla y pasó tres tintos, frescos, desenvueltos, que representaban el espíritu de la casa: Poca-solta, Tern Sirà y Crash. El último de ninguna manera hace referencia al futuro.

Formado en Hofmann, Andreu tiene mano de pastelero y lo demostró con el ravioli de plátano y chocolate, que debería adaptar a bocas más pequeñas. Con mi boca de hucha, no me supuso problema.

“Tapas no muy caras, gastronómicas, divertidas y juguetonas. Y potajes, caldos, guisos, platos tradicionales”. Estas son las intenciones, hoy, ayer.

Que vivan las abuelas. Pero, sobre todo, que viva el momento.

Vivamos el momento con un tapeo creativo libre de bravas.

PICA-PICA

Atención: a las dos plantas del restaurante, más canalla abajo.

Recomendable para: los que se interesan por la Nueva Cocina de Barrio.

Que huyan: los aferrados al plato combinado y desbordado.