CIUDAD ON

Baños de bosque: los paseos antiestrés

«La medicina de estar en el bosque», resume Àlex Gesse. Él hace estos paseos terapéuticos por Collserola desde hace dos años. Descubrirás que estás más estresado que Albert Rivera ante una hilera de lazos amarillos

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Ana Sánchez

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Lo único que se escucha son las pisadas sobre las hojas secas, pájaros de fondo. Silencio de bosque. A Pablo Casado le saldrían por inercia diez «¡viva el rey!» seguidos. Estás en medio del parque de Collserola. Apenas a media hora de la civilización con prisa. Te da la sensación de que vas a terminar en casa de la abuelita de Caperucita. Sigues un caminito rodeado de árboles. Delante, un guía va a paso de tortuga. Detrás, cuatro urbanitas contienen el mismo reprís que Rajoy andando deprisa. Diez minutos así y descubres que estás más estresado que Albert Rivera frente a una hilera de lazos amarillos.

Esto es un baño de bosque. Es lo que significa shinrin-yoku, así se llama en Japón. De allá viene esta práctica antiestrés de moda. Si se teclea en Google, aparecerán cientos de miles de entradas con relax. «Baños curativos», los llaman. «Terapias forestales». Hay quien llega a hablar de «la magia de los árboles». «Es la medicina de estar simplemente en el bosque», resume Àlex.

Àlex Gesse es un guía que sacaría de quicio a Pocholo. El que camina a paso de tortuga por el bosque. Nadie diría que era ejecutivo hace cuatro años. Tiene 43, «20 trabajando en empresas», resume su currículum sin resoplar. Se le ha quedado voz con efecto Trankimazin. Ahora es guía certificado de Terapia de Bosque. En unas semanas publicará un libro sobre sus experiencias yéndose por las ramas: Sentir el bosque (Grijalbo). «Está siendo una locura», asegura. «Y yo creo que va a ir a más». Aunque aún hay gente que pregunta si hay que llevar bañador.

Àlex habrá hecho un centenar de baños forestales, calcula. Hace dos años que empezó. «Esta gente está chiflada», pensó antes de probarlos. «Pero fue ir –recuerda– y sorprenderme por el bienestar que te da el bosque». Hay estudios que aseguran que potencia el sistema inmunitario y disminuye el estrés y la ansiedad. Es un «paseo terapéutico», apunta Àlex. «Pero quien proporciona el espacio terapéutico es el bosque, no un terapeuta».

¿EL OBJETIVO? «DESPERTAR LOS SENTIDOS»

«Antes de nada os voy a decir lo que no es». El guía reajusta las expectativas del grupo antes de adentrarlos en la maleza. «No vais a seguir huellas de animales. No es identificar árboles. Tampoco es 'trekking'. No. Es simplemente estar allí». Es un paseo de entre dos y tres horas de no más de un kilómetro. ¿Objetivo? «Despertar los sentidos», dice el guía. «Desacelerar y conectar con el entorno, con nosotros mismos y con el grupo».

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«Os ofreceré invitaciones –adelanta Àlex–. Sugerencias para despertar los sentidos. Se llaman invitaciones para que las adaptéis a vuestras necesidades –aclara–. Estamos aquí para divertirnos también», sonríe. Ni siquiera pide apagar los móviles, solo que se pongan en silencio. «No se trata de generar estrés». Y no, no hay rastro de estrés hasta que el grupo se adentra en el bosque y Àlex suelta:  «¡Ah!, y hay jabalís». Los bañistas forestales se paran en seco. «Me he encontrado con uno en dos años», tranquiliza enseguida. No dice nada de lobos feroces.

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El guía te invita a pararte, a escuchar, a sentir, oler, perderte, construir lo que quieras, incluso a gritar en plan foca. Ahora coge una piedra y la pasa de mano en mano. Solo puede hablar el que la tiene. «No estamos acostumbrados a que nos escuchen –justifica–. Normalmente compartes, pero te cortan, porque ya tienen una idea preconcebida de lo que quieren oír».

«EL ESTRÉS ES HEROÍNA»

¿Lo que más cuesta? «Estar en silencio -coinciden las bañistas forestales de hoy– y caminar lento». «No estamos acostumbrados a tener momentos de reflexión –asiente el guía–. El estrés es heroína». También cuesta quedarse solo por el bosque. «Lo tenemos demonizado», explicará luego Àlex. Llevamos escuchando toda la vida que en el bosque hay lobos, brujas, que te pierdes aun echando miguitas de pan.

Terminarás saboreando el bosque a tragos. Àlex acaba la sesión preparando un té con plantas que recoge por el camino. Oye, pues está bueno el bosque.  

«Nos vamos y no hemos abrazado árboles», dice ya de vuelta Laura, una de las urbanitas a remojo forestal. «Cada uno hace lo que quiere –responde Àlex–. Hay gente que abraza árboles, gente que se tumba y hace una siesta».

«Es un baño reconfortante», concluye Sara con cara de relax. «Desconectar para volver a conectar», resume. Aunque ella se esperaba un poco más de «recogimiento». ¿Lo mejor? «Poder saborear el bosque», añade María José. Laura se pasará el resto del día «como si fuera a cámara lenta».