CRÓNICA TEATRAL
Y Pou abatió a la ballena blanca
El ilustre actor se vacía en el Goya como el capitán Ahab de 'Moby Dick', el montaje dirigido por Andrés Lima
José Carlos Sorribes
Periodista
JOSÉ CARLOS SORRIBES
Exactamente 7.944 palabras. Son las que debía memorizar para la versión teatral de Moby Dick. Lo detalló Josep Maria Pou en uno de sus artículos en este diario para explicar cómo se sentía ante el reto. Más o menos como el capitán Ahab en su descerebrada obsesión por derrotar a la ballena blanca, el enorme cetáceo que un día le segó una pierna. Si en la novela de Herman Melville el suicida protagonista no culmina su propósito, sí lo hace el actor en el Teatre Goya. Pou abate a Moby Dick en una interpretación enorme. La que es propia de una celebración por adelantado, los cumple en octubre, de sus 50 años en la profesión. Aventurarlo puede parecer atrevido, pero el actor de Mollet deja en Moby Dick su legado, una manera muy personal de vivir e interpretar el teatro, a través de un personaje, grande, que le faltaba en su colección.
Pou es Ahab en cada uno de sus gestos, miradas, desplantes. Imponente, es un actor poseído por un personaje extremo, febril, un hombre de «locura enloquecida», como se explica en la excelente versión teatral de Juan Cavestany. Porque en menos de 90 minutos destila la metafísica de la novela de Melville, de unas 700 páginas de extensión, más que su espíritu aventurero, que también lo hay. Si Cavestany nos acerca hasta las simas de la personalidad insondable de Ahab, la efectiva puesta en escena de Andrés Lima nos sube al Pequod, el barco ballenero que capitanea.
Vídeo de fondo oceánico
Los espectadores de las primeras filas del Goya pueden incluso sentirse como si estuvieran a bordo. La escenografía de Beatriz San Juan así lo provoca, igual que la iluminación y la sonorización. Además, la proyección de vídeo en una gran pantalla de fondo nos transporta hasta los océanos en la obsesiva persecución de la ballena blanca. Es la de Lima una propuesta atmosférica, envolvente, que conduce al público a surcar los mares entre ballenas, cachalotes, tifones, arpones y náufragos.
Y también resulta un espectáculo, por el peso literario de la novela, en el que se rinde culto a la palabra. Es casi un monólogo de su protagonista, bien acompañado por Oscar Kapoya y Jacob Torres, que se reparten los roles de los tripulantes-víctimas de Ahab. Lima presenta a Kapoya en el papel de Pip como un joven encorvado, de andares simiescos. Sorprende, sin duda, aunque en los balleneros de la época seguro que había tripulantes con esa fisonomía.
El cierre está a tono con la intensidad de los mejores momentos del montaje en una magnética solución para presentar el duelo. Se logra a través de una enorme tela blanca que, agitada por sendos ventiladores que mueven Kapoya y Torres, se convierte en el cetáceo –ojo vigilante incluido– que acaba por abatir a Ahab, absolutamente abocado a su tarea suicida. Pou se retira entonces, al fondo de la escena, tras un tour de force que le deja casi sin resuello para recoger los merecidos aplausos.
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