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¡Voy a contarlo en Twitter!

JORDI Puntí

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En septiembre fui a un concierto en la sala Razzmatazz 3. La banda que actuaba —The Radio Dept.— no es de las que atrae a las masas, pero tiene una buena colonia de fans en Barcelona y ese día nos reunimos unas 200 personas. Hacía tres o cuatro años que no iba a una actuación de ese tipo, digamos que minoritaria, y con la primera canción me di cuenta de que algo había cambiado.

Cuando los músicos empezaron a tocar, muchos asistentes sacaron su teléfono móvil para hacerles una foto (o muchas fotos) y luego mandárselas a sus amigos. Parecía una coreografía ensayada. A mi lado, una chica entró en su Facebook, colgó la foto y luego escribió un mensaje muy entusiaaaaaaasta!!!!!! Y lo hizo con una sola mano, mientras con la otra cogía una cerveza de la que iba bebiendo sorbitos. Luego, claro, cada dos minutos comprobaba si a sus amigos les gustaba el mensaje. Estos juegos del personal con el móvil no cesaron en todo el concierto. Foto, mensaje, me gusta, mensaje, foto, me gusta, me gusta que te guste, etc.

Este no es un artículo elegíaco. Yo prefiero los conciertos de antes, en los que se fumaba mucho y no había móviles, pero me interesa el fenómeno que ha convertido a Mark Zuckerberg en «persona del año» según Time. Si hablo de ello, es porque el otro día también fui testigo de una situación curiosa. Estaba en un café y, a mi lado, dos chicos de unos 20 años hablaban del musical Spiderman, estrenado en Nueva York. Uno quería convencer al otro para ir juntos. Entonces dijo: «Necesito ir… ¡Quiero contarlo en directo en Twitter!». Para algunos, pues, la realidad solo tiene sentido cuando se experimenta y se revive también en las redes sociales. Por así decirlo, uno se lo pasa bien de verdad cuando sus amigos saben que lo está pasando bien.

Facebook ha dinamitado la teoría de los seis grados de separación. Como cantaba Roberto Carlos, ahora son muchos los que quieren tener un millón de amigos, o de seguidores. La pasión y el placer que se logran con el arte ya no son una finalidad; se convierten en un medio para no sentirse solo en el ciberespacio. Lo bueno es que entretanto, en los conciertos, la luz de las pantallas ha sustituido a esa cursilería de prender el encendedor cuando la banda tocaba una canción lenta.