EL LIBRO DE LA SEMANA

Vicente Molina Foix: genialidades en ciernes o la ceniza del tiempo

En 'El joven sin alma' Vicente Molina Foix hace una novela de sí mismo, y de sus compañeros de ficción, sin caer en la cansina moda de la autoficción

Vicente Molina Foix

Vicente Molina Foix / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Sospechoso es que el propio autor crea que debe indicar a qué género pertenece su obra. O se trata de un guiño que alerta sobre cómo debe interpretarse, como hizo Magritte cuando tituló 'Esto no es una pipa' o, por el contrario, delata la inseguridad (o la indiferencia), como aquel cervantino pintor de Orbaneja que escribía 'Este es gallo' en su cuadro para evitar malentendidos. Vicente Molina Foix sabe muy bien en qué territorio se mueve, como Magritte. Hace años que ha decidido (o ha necesitado) drenar su propio pasado para surtir de contenido su obra en marcha, pero sin caer en la moda cansina de la autoficción, ni en la abierta autobiografía ni, menos, en las memorias de abuelo Cebolleta.

Molina Foix no ha querido renunciar a las libertades de la literatura aunque, amparándose en ellas, resuelva aquí ser siervo voluntario de los hechos, concretamente los que le jalonaron el camino desde la infancia hasta una adolescencia cinéfila y pedantesca en la que se integró en uno de los grupúsculos literarios más cacareados de comienzos de los años setenta, el de los 'nueve novísimos' que lanzó en 1970 Josep M. Castellet. A estas licencias alude el subtítulo 'novela romántica', y al derecho que el autor concede al lector de leer esta evocación veraz de un pasado cierto como una novela sobre el ingreso en el mundo de una partida de soñadores vehementes, engreídos e ilusos.

Una evocación veraz de un pasado puede leerse como una novela sobre el ingreso en el mundo de una partida de soñadores vehementes, engreídos e ilusos

En la recreación de sus años formativos en lo literario y en lo amoroso y sexual comparecen los cómplices del momento, los del grupo de los Seis, como los llama, fraguado en Barcelona alrededor de Pedro (Pere Gimferrer), los hermanos Moix (Ramón —aún no Terenci— y Ana María), núcleo al que se adhirió Guillermo (Carnero) y algo después el excéntrico y brillante -y psicótico- Leopoldo (María Panero). Películas, libros y sexo fueron los raíles entrecruzados por los que circularon aquellos años, entre pulsos de talentos genialoides y pujantes (con el de Gimferrer avasallando), entre rivalidades amorosas (todos enamorados de la ambigua y huidiza Ana María), entre precocidades a la carrera.

Molina Foix infunde vida a gentes y episodios sin ápice de nostalgia (al menos hasta las últimas treinta páginas), con humor (lo hay en el recuerdo del Cela que le deslumbró a sus 16 años) y algo de condescendencia. La mirada a ese pasado se hace desde ahora, en el filo romo de los setenta años, desde donde el narrador se dirige al tú que fue, al joven sin alma que anduvo en busca de una que le sentara bien por dentro. Es una mirada tierna y comprensiva, pero no absolutoria, porque nada exculpa a aquel muchacho de su frialdad invisible, de su petulancia y superficialidad, por otro lado compartidas con otros coetáneos.

En esta novela de sí mismo, Molina Foix ahonda su empeño de escarbar en los cimientos de su identidad mediante la escritura, rehuyendo argucias y disimulos y exhibiendo el arma poderosa de un estilo directo, sin alharacas, que se parece mucho a una confidencia. De paso, ineluctablemente, logra también una novela generacional en la que se perfila el trasfondo social y cultural de quienes iban a protagonizar parte de la transición literaria en los años setenta. En su dimensión privada y en cuanto retrato de grupo, 'El joven sin alma' es un libro (¿novela, jirón autobiográfico?) muy valioso destinado a ser releído y redescubierto. Ahora que acaba de aparecer conviene que no pase como una novedad más: en sus páginas ha dejado su lúgubre sombra el tiempo cuando, en su transcurso, todo lo arrumba y aleja.