El 'memento mori' de Juan Gabriel Vásquez

El escritor colombiano reconstruye en 'La forma de las ruinas' el clima moral de los momentos de la historia de su país

Juan Gabriel Vásquez.

Juan Gabriel Vásquez. / periodico

RICARDO BAIXERAS

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Los meandros de la historia son, en ocasiones, los de la ficción. La tortuosa y convulsa historia de Colombia está repleta de momentos aciagos y crudamente violentos que han hecho de este país uno de los escenarios más sangrientos del siglo XX. Y la ficción no ha estado al margen. Al río de novelas que han contado por activa y pasiva su historia se suma ahora 'La forma de las ruinas' de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973).

No es la primera vez que Vásquez se las tiene con su país. En 'El ruido de las cosas al caer' quiso completar “la mirada de los ausentes” cercenados por la bestia del narcotráfico. Ahora confronta dos de los momentos más decisivos de “este país nuestro, este país de desmemoriados y de crédulos”: los asesinatos del senador Rafael Uribe Uribe en 1914 y de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, que dio lugar a violentas protestas, desórdenes de todo tipo y una brutal represión en el centro de Bogotá conocida con el nombre de 'el Bogotazo'.

Vásquez consigue trasladar al lector al epicentro de ambos 'memento mori' recomponiendo el clima moral, los avatares políticos, los comportamientos sociales y las conductas privadas que reflejan fatalmente la propia condición de un país y sus individuos: “… nuestras violencias no son solamente las que nos tocaron en vida, sino también las otras, las que vienen de antes, porque todas están ligadas aunque no sean visibles los hilos que las unen”.

A través de un juego de espejos en el que un asesinato lleva al otro y los dos al propio Vásquez en una suerte de desorden hipertrófico que entremezcla acontecimientos políticos de ambas épocas con el presente de un narrador convertido en un personaje más la novela consigue habilidosamente confundir la ficción con los abusos de la memoria. La hidra que devora el país se erige en “un monstruo inmortal, el monstruo de muchas caras y muchos nombres que tantas veces ha matado y matará otra vez, porque aquí nada ha cambiado en siglos de existencia y no va a cambiar jamás, porque este triste país nuestro es como un ratón corriendo en un carrusel”.

Las más de 500 páginas son un exceso que lastra no solo la rocambolesca trama que con los mimbres de la historia ha sido capaz de armar Vásquez sino también su consabida diligencia para entremezclar habilidosamente acontecimientos cotidianos, autobiografía novelada, ensayo político y novela de intriga. Cuando Vásquez consigue zafarse de la historia para inyectar el veneno de la ficción a su escritura la novela, por momentos, transforma lo ocurrido en una verdadera invención de la realidad que hace las delicias del lector. Y, no obstante, el descenso a los infiernos de la condición humana que aquí se cartografía hasta la extenuación podría haber sido verdaderamente fáustico si la elipsis hubiera jugado un papel más decisivo.

Sepa el lector que la novela no esconde guiños evidentes a la poética de W.G. Sebald -del que se ha ocupado en su excelente ensayo 'El arte de la distorsión'- y sepa también que gana -y mucho- a medida que se acerca al final y, muy especialmente, a la apoteosis de los dos últimos capítulos. 

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