Crítica
'Una pistola en cada mano', soledades y deseos de dos en dos
Tras reflexionar de modos distintos sobre la creación de la ficción, Cesc Gay somete a los 12 personajes de Una pistola en cada mano al juego de sus propias ficciones. Muchas de las cosas que se cuentan los protagonistas pueden o no ser verdad; pueden o no haberles ocurrido. Otras sí parecen fundamentadas en la realidad del relato: el personaje de Javier Cámara se ha separado del encarnado por Clara Segura y ahora quiere recuperarla. Pero son las menos. Los protagonistas se cuentan ficciones de dos en dos, y Gay las filma como si se tratara de auténticas verdades. ¿Pero es cierto lo que le explica Eduard Fernández a Leonardo Sbaraglia tras muchos años sin verse? ¿Es verdad lo que dice sentir Candela Peña por el inocente Eduardo Noriega en su inesperado encuentro en la oficina cuyo decorado cedió este periódico?
Cinco historias que en realidad son seis, ya que la última de ellas se divide en dos partes equitativas y alternadas en paralelo. Y el dulzón aroma de los relatos de vidas cruzadas aparece en la secuencia final, aunque sea una anécdota, una simple nota a pie de página. Por el camino, siempre en forma de dueto, con preponderancia del texto y del gesto del actor, aunque sin desdeñar una puesta en escena que resitúa a los personajes en decorados barceloneses bien reconocibles --como ocurría en En la ciudad-, un reguero de insatisfacciones, de equivocaciones y reconciliaciones imposibles, de deseos y frustraciones, de soledades casi siempre sin compartir. Que los actores se adequen de forma perfecta a sus personajes ya no es nuevo en el cine de Cesc Gay.
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