TRAS LOS PASOS DE UN IDEALISTA INGLÉS

Un oasis en el frente de Aragón

Un camillero pacifista fue el autor de las fotografías de la guerra civil recogidas en el libro 'Almas vivas'. 81 años después, recorremos con su hijo los hospitales y trincheras en los que sirvió

Personal sanitario británico y catalán en el hospital de guerra de Pompenillo, fotografiado en 1937 por Alec Wainman.

Personal sanitario británico y catalán en el hospital de guerra de Pompenillo, fotografiado en 1937 por Alec Wainman. / ALEC WAINMAN

Ernest Alós / Huesca

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El verano pasado, coincidiendo con el 80ª aniversario de la llegada a España de la primera unidad de ayuda médica británica durante la guerra civil, la editorial Comanegra publicaba en catalán un libro, ‘Live souls’, que recogía las fotografías, extraviadas durante 38 años, que realizó durante toda la guerra Alec Wainman, un joven conductor de ambulancia, un cuáquero pacifista que el 7 de septiembre de 1936 partía desde Barcelona para poner en marcha el primer hospital británico en el frente de Aragón. Al cabo de un año, la edición en castellano de Milenio (‘Almas vivas’) trajo de regreso a España al responsable de la recuperación de las fotografías, que firma en el libro como Serge Alternês. Y con él reconstruimos los pasos de Alec Wainman durante los primeros meses de la guerra, a lo largo de los hospitales (Sariñena, Poleñino, Grañén, Tardienta, Vicién) que jalonaban la vía del tren que evacuaba a los heridos en los combates en los Monegros y el sitio de Huesca y los puestos de primera línea frente a la ciudad aragonesa (Pompenillo, Monflorite). Un viaje lleno de recuerdos que siguen a la vista en lugares inesperados.

Sariñena: un pastelero editor y unas cruces rojas

Llevamos, junto con la historiadora de la fotografía Teresa Ferré, a Serge Alternês por el mismo camino que siguió Alec Wainman hasta la capital monegrina, Sariñena, pasando por Lleida, "cuyo castillo como de cuento de hadas se alzaba cada vez más alto frente a nosotros mientras nos acercábamos a través del llano reseco", escribió en sus inacabadas memorias, que acompañan a sus fotografías en el libro. Allí está el primer eslabón de esa cadena de camillas, ambulancias, clínicas y trenes hospital que el británico recorrió llevando arriba y abajo a heridos y enfermos. La casa Penén, el que fue hospital de las milicias del POUM, y después del Ejército Popular, una casa señorial del siglo XVIII, en la plaza de la Iglesia. Allí sirvieron los médicos catalanes Francesc Bergós y Francesc Tosquelles. Según las memorias del poumista Manuel Grossi, cada noche los comunistas del aeródromo que acogía la escuadrilla Alas Rojas tachaban las siglas del POUM de la fachada. Los del POUM, cada mañana las volvían a pintar.

Hoy en los bajos hay un bar; llegamos temprano y está cerrado, así que desayunamos en la pastelería cercana con un personaje notable: Salvador Trallero, que igual hace pasteles en su obrador que edita libros de historia local y fotografía antigua con su propio sello, Ediciones Sariñena, o batalla para que el museo local dedique una sala a los aviadores republicanos, presidida por la tricolor. Trallero nos advierte de que las trincheras que encontraremos más adelante, en Alcubierre, no son las que realmente ocupó Orwell (aunque merecen una visita) sino una reconstrucción idealizada a unos centenares de metros de la verdadera posición del Monte Irazo. Y nos indica el siguiente paso a seguir: en el apeadero del barrio de la estación de Sariñena, un edificio abandonado que aún luce pintadas, desteñidas, las cruces de la sanidad militar y unas letras desvaídas que lo identifican como Hospital de Sangre. Su siguiente empeño es que se restauren. Vamos, y allí siguen.

Poleñino: grafitos, un escultor, un doctor mallorquín y una camilla

La siguiente parada es Poleñino. El segundo lugar donde instaló su hospital la British Medical Unit (BMU). Allí, en la casa de los vizcondes Torres-Solanot, de 1773, nos espera el actual habitante del hospital de los ingleses, el escultor en forja Raúl Sanz. La puerta del vetusto edificio de ladrillo en forma de U (en el pueblo la conocen como casa Launa) está abierta. Solo atravesar el portal empieza un viaje en el tiempo . Raúl sale de repente de una habitación con una camilla de madera y lona caqui, de cuando la guerra. El quirófano, que aparece fotografiado en la cubierta de las memorias de la enfermera australiana Agnes Hodgson ‘A una milla de Huesca’, tiene la mesa del comedor en el lugar de la de operaciones, pero no ha cambiado ni una puerta ni una baldosa. La terraza que en las fotos de Wainman y Hodgson aparece siempre llena de enfermos tomando el sol, médicos catalanes descansando y enfermeras británicas jugando a badminton, está allí, igual, con la misma barandilla y la iglesia del pueblo al fondo. Seguimos hasta la 'falsa', la buhardilla. Era el dormitorio de los médicos y enfermeras británicas, y del personal médico llegado de Catalunya, como el cirujano jefe, el doctor mallorquín González Aguiló (que acabaría exiliado en Escocia tras casarse con una de las enfermeras, Susan Sutor).

Aunque ha tenido que reconstruir el techo y han caído tabiques, el actual  propietario ha salvado todos los grafitis de la época que ha podido. Algunos marcan en lápiz el lugar donde se situaban las camas -“Dr. Aguiló”, “Aquí descansa el practicant número 1”- o las “potingas”. Otro grafiti recuerda “la visita del Negus de Tardienta”, el pintoresco miliciano con barba y barretina que fotografiaron todos los fotorreporteros llegados de Barcelona. Otros son consignas, alguna de una candidez que conmueve: “Visca l’URSS, llar del proletariat, visca el comunisme”; “Visca la política”. Sí, viva la política. Otra inscripción, firmada por un tal Tony, dicta “Ordre és netedat”. Debajo, un alma anarquista replicó: “Quina merda!”.

Fue un hospital modélico. “El único capítulo de las memorias de Alec que tiene título es el que dedica a la visita que hizo a Poleñino en 1937: ‘un puerto seguro para ambos bandos’”. Allí la British Medical Unit ya había sido rebautizada, cuando la influencia comunista sobre la organización pasó a ser preponderante, como SMAC. “Pero él siempre se refiere a ella como BMU, como si se resistiese al cambio”, dice Alternês. También dejó de escribir sus impresiones tras vivir los Fets de Maig que hicieron romper definitivamente con el estalinismo a compatriotas como George Orwell. 

Wainman, con ocho idiomas a cuestas, fue incorporado a la oficina de prensa del Gobierno de la Republica la bajo las órdenes de la militante del PCE Constancia de la Mora, tenía paso franco a las fábricas donde se montaban los aviones llegados de la URSS, fue antes de la guerra civil tercer secretario de la embajada británica en Moscú. Pero lo sucedido en España “y la persecución estalinista a la familia con la que vivió en Moscú”, añade Alternês, no parece que sirvieran para convertirlo en un compañero de viaje. Aunque las sospechas contra los que sirvieron en España hicieron que tardaran en aceptarlo en el Ejército británico durante la guerra mundial, acabó sirviendo en la inteligencia militar en Italia y en la autoridad de ocupación de Viena, donde abogó por que no se repatriasen a los prisioneros rusos que habían cambiado de bando y a quienes les esperaba el gulag. Casado con una austriaca, y catedrático de lenguas eslavas en Canadá desde 1947, dedicaría su vida a ayudar a refugiados que huyeron de los soviéticos en Hungría o Checoslovaquia o de los chinos en el Tíbet.  

La parada en Poleñino acaba en la cocina de casa Launa, con unas cervezas, un pan de aceite y un brindis. Salud y República.

Un museo en Robres y un parque en Grañén

Seguimos por las resecas carreteras del norte de los Monegros. Sol y secarral. De repente, en medio de la nada, una carretera cortada. Personal de seguridad con radio y pinganillo. Camionetas negras con cristales tintados. A lo lejos, luces azules y rojas de un coche policía. Tras cinco minutos de espera, llega un “que pasen”. Paso libre. El coche de policía es americano, y al lado, de pie, un policía de carreteras de Nuevo México con sombrero de ala. No, no es el Área 55. Es aquí donde se ruedan la mayoría de esos anuncios de SUV que recorren paisajes desérticos, y alguna que otra película.

Llegamos al notable centro de interpretación de la guerra civil en Aragón, en Robres. En el vestíbulo, una gran fotografía del hospital donde se instaló Alec Wainman y el resto de la expedición británica en septiembre de 1936, en Grañén, hasta que los roces con el comité revolucionario local, controlado por el pintoresco miliciano de la FAI Pancho Villa (aunque en la foto que le hizo Kati Horna se parece más a Fernando Esteso que al mexicano), les llevó a mudarse a Poleñino. Allí no queda nada del caserón rural que ocuparon, la casa de Bonifacio Martín Costea, el exalcalde Don Boni para los vecinos, médico y terrateniente, abuelo materno de uno de los contados representantes de la nobleza catalana, el actual marqués de Alós y barón de Balsareny. Solo el escudo, trasladado a otra casa. El lugar del ‘hospital de los ingleses’, sin ninguna señal que lo recuerde, lo ocupa el rimbombantemente bautizado Parque de Europa.

El sitio de Huesca: un ciprés que sigue allí

Y seguimos hacia el norte. Durante ese septiembre de 1936, Alec Wainman estuvo destinado en un puesto de socorro en primera línea del sitio de Huesca, en Pompenillo. Llegamos e identificamos a la primera el mismo callejón donde, en una de sus fotos, los mozos del pueblo le hacen cuernos a un miliciano bigotudo, la puerta donde posan tres jovencísimos enfermeros británicos, el río Isuela, donde aparecen bañándose pulcros los ingleses en muchas imágenes. Una vecina sale a la calle y quiere ver las fotos. Recuerda a un extranjero que en los años 70 visitó el pueblo con su mujer y lo primero que hizo fue preguntar por la iglesia y el cementerio. “Alec volvió por entonces con mi madre, y esa era una pregunta típica de él”, dice Serge Alternês. Insiste en que hablemos de él citando su nombre de pluma, no su nombre real, John Alexander Wainman. Cree que la historia de Alec Wainman ha de ser conocida, y quiere que se hable de su figura, no del hijo que reivindica el nombre de su padre.

John Alexander / Serge quiere creer que esa pareja eran sus padres, aunque otros muchos voluntarios extranjeros también volverían a visitar el lugar donde lucharon (allí estuvo el grupo Thälman, la compañía de judíos comunistas alemanes, y algún británico, que fotografió profusamente, y a la que quizá pertenecía aquel miliciano barbudo que fotografiaron tanto Wainman como Hans Guttman y que fue confundido durante mucho tiempo por un sacerdote mártir). Seguimos por el camino de la Torre del Sevillano hasta las ruinas de la casa del mismo nombre. Allí Wainman fotografió a los alemanes disparando con una ametralladora desde la ventana hasta la casa de enfrente, a unos 200 metros, que ya ocupaban los sublevados que ocupaban Huesca. También se asomó con su Leica con teleobjetivo para fotografiar, al fondo, las torres y cúpulas de la catedral y la iglesia de San Lorenzo, muy cerca, a tiro de cañón. En medio de su foto, un ciprés. Ochenta años después, siguen en el mismo sitio torres, camino y ciprés. John Wainman se fotografía al lado del árbol que también vio su padre. También, a un par de kilómetros, sigue allí La Granja, la finca donde convaleció Orwell, y el hospital donde ingresaron al escritor británico en Monflorite, con una placa en la fachada.   

"Un tío grande"

Dejamos a John en Huesca. Al día siguiente presenta su libro en la ciudad que su padre, y George Orwell, solo pudieron contemplar a una milla de distancia, sin poder entrar a tomarse el café que el autor de ‘Homenaje a Catalunya’ se prometió. Y después parte hacia Madrid.

Nos queda la duda. Máster en ruso en el Magdalen College de Oxford, tercer secretario de la embajada británica en Moscú, guía e intérprete de ingenieros soviéticos tras pasar un examen de dos misteriosos agentes en Barcelona, reclutado para la inteligencia militar británica, destinado a la Viena de ‘El Tercer Hombre’... ¿Era Wainman el idealista apolítico de fuertes convicciones religiosas que recuerda su hijo, o un personaje digno de una novela de Le Carré?

Al cabo de unos días John/Serge nos llama. Ha tenido un encuentro que sigue ayudándole a reconstruir la figura de su padre. Vene Herrero, estudiosa de la vida y la obra del director teatral Pepe Estruch, le ha mostrado la correspondencia de este. Estruch, un joven ingeniero alicantino amigo de Wainman, había quedado varado en el campo de Barcarès. El británico da la cara por él y consigue que varios refugiados republicanos obtengan asilo en el Reino Unido e instalen un hogar de acogida para 30 niños vascos con los que Estruch empieza a poner en práctica su interés por el teatro, nacido tras una breve colaboración con La Barraca y que le llevaría a iniciar en el posterior exilio uruguayo una carrera que acabaría siendo reconocida en España con el Premio Nacional de Teatro.

Desde Barcarès, Pepe Estruch describe el 24 de abril de 1939 a su padre la actividad de Alec Wainman: “Ha estado buscando a los amigos que están refugiados en toda Francia. A todos habrá ayudado, sin darle importancia, con esa naturalidad suya tan magnífica”. En julio parte hacia Londres. “Es un tío grande este Alec, lleno de prejuicios de la educación inglesa por fuera y, por dentro, con una especial receptividad del problema humano. No es comunista ni socialista: es inglés. Su madre es socialista; su hermano… es, por el contrario, conservador hasta la exageración”. Y a su hermana Conchita le dice en enero de 1940: “Ha sido una suerte enorme encontrar a Alec. En Francia los españoles están perseguidos, acosados, en las mismas condiciones que yo estuve durante cuatro meses; sin comida apenas, sin ropa y llenos de miseria (...) Alec ha sido mi ángel constante en todo el año 1939”.