IDEAS

El tonto más útil

RAMÓN DE ESPAÑA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como la campaña electoral catalana no daba mucho de sí y los candidatos me aburrían mortalmente -con las notables excepciones de Carmen de Mairena, la reina del rodolí chusco, y Joan Laporta, cuyo rifirrafe con la actriz María Lapiedra, el orgullo de Mollerussa, es digno del gran Silvio Berlusconi, he optado por pasar los últimos días en compañía del terrorista venezolano Ilich Ramírez, más conocido por sus alias de Carlos o El chacal (compartido este con el agente literario Andrew Wylie). No, no es que me haya trasladado a la prisión parisina de La Santé, donde el hombre se pudre desde que se convirtió en una molestia para sus protectores y acabó siendo entregado a Francia por el gobierno de Sudán, sino que me he tragado la miniserie de más de cinco horas que le ha dedicado el cineasta Olivier Assayas y que constituye una apasionante lección de historia contemporánea a archivar junto al largometraje del año pasado sobre la banda Baader-Meinhof y el documental que Barbet Schroeder le dedicó al atrabiliario letrado

Jacques Vergés.

Ya sé que, en España, ni Fracción del Ejército Rojo ni El abogado del diablo recaudaron un euro en taquilla, pues aquí somos muy estrictos con lo de la memoria histórica y no vamos más allá de nuestra guerra civil: parece que el terrorismo delirante e internacionalista de los años 70 y 80 nos la suda, aunque todos paguemos sus consecuencias cada vez que nos tratan a patadas en un aeropuerto. Por eso entiendo que no parezca haber mucha prisa por emitir la miniserie Carlos o estrenar en salas la versión breve (dos horitas), pero es una pena, pues estamos ante un producto excelente y más cercano a lo que creíamos que tenía que ser el cine en los años 70 que a lo que es en la actualidad.

Carlos, encarnado por Edgar Ramírez, que borda el papel, es una reliquia histórica. Quiso acabar con el capitalismo a tiros y solo consiguió ser utilizado por el KGB, la Stasi, el gobierno sirio y el coronel Gaddafi. Tras la caída del muro de Berlín se convirtió en un anacrónico engorro y hubo que deshacerse de él. No sé si conservará en el trullo su megalomanía habitual, pero me temo que pasará a la historia como el paradigma del tonto útil.