Interferencias

De todo un poco, pero sin Pedro Almodóvar

QUIM CASAS

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Aunque cuenta con 11 nominaciones, entre ellas las de mejor película y mejor director, La gran familia española de Daniel Sánchez Arévalo no se posiciona como la gran favorita a reinar en la próxima ceremonia de los premios Goya. Este año todo aparece más disperso de lo habitual, porque incluso la segunda película con mayor número de candidaturas, Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, ni siquiera opta a los premios más importantes y de triunfar, lo hará solo en el aparato técnico, que ya es mucho.

La cosecha de cine español de este año ha obedecido a muchos y contrastados intereses. De hecho, entre las películas más consideradas, no existe ningún tipo de relación o comparación, aunque si puede hablarse de dos tendencias. Una, representada por La gran familia española, 15 años y un día Vivir es fácil con los ojos cerrados, apuesta por un cine de raíz algo más comercial y costumbrista entre el drama y la comedia. La otra queda definida por Caníbal y La herida, propuestas más autorales e independientes, marcadas tanto por los temas tratados como por la personalidad de sus directores, aunque uno, Fernando Franco, sea debutante (y por ello no opta al premio al mejor director sino al de mejor director novel, lo que no tiene demasiado sentido), y el otro, Martín Cuenca, ya tenga cuatro largometrajes a sus espaldas.

De sorpresa en sorpresa no encontramos con la ausencia de 3 bodas de más en los apartados más importantes en unos tiempos en los que la comedia funciona mejor que otras propuestas genéricas (y no sirve como excusa que La gran familia española ya colme esta tendencia). Que la pequeñita pero original Món petit se cuele entre los mejores documentales está bien, igual que la nominación a Neus Ballús como mejor directora debutante por La plaga, un filme de intenso y plural recorrido por festivales y que fue nominado a la mejor opera primera por la Academia Europea del cine.

La sensación de haber intentado contentar a todo el mundo (añadan nominaciones para títulos como Todos queremos lo mejor para ella, Todas las mujeres, Alacrán enamorado o Zipi y Zape y el club de la canica) se rompe cuando Pedro Almodóvar solo opta a un Goya, y es el de mejor diseño de vestuario, por su retro Los amantes pasajeros, aunque la historia del director de Todo sobre mi madre con la Academia del cine español es larga, tortuosa y da para muchas interpretaciones. También resulta algo extravagante que una película como Grand Piano, virtuosa especialmente en la puesta en escena y el montaje, resuelva su papel en la edición de este año con la doble candidatura al mejor maquillaje y/o peluquería, dos aspectos por lo que no creo que sea recordada la cinta de Eugenio Mira.

Donde casi nunca hay sorpresas es en lo foráneo. Las películas europeas de más empaque del año, Amor, La gran belleza, La vida de Adèle y, en menor medida, La caza, se disputarán el Goya al mejor filme europeo. Aquí la cosa aparece algo más reñida, aunque Michael Haneke y Abdellatif Kechiche parten con indudable ventaja.