Todo el mundo habla de Karl Ove Knausgård

'La isla de la infancia', tercer título de la hexalogía 'Mi lucha', se publica en catalán y en castellano

Ove Knausgard, en el 2014, en Barcelona.

Ove Knausgard, en el 2014, en Barcelona. / ALBERT BERTRAN

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Por la unánime aclamación crítica que ha rodeado la aparición de los seis volúmenes, 3.600 páginas autobiográficas, de Mi lucha, la obra de ese noruego prácticamente desconocido hasta hace un par de años fuera de su país llamado Karl Ove Knausgård (nacido en 1968) es fácil decir que es el acontecimiento literario de principios del siglo XXI. En Noruega, donde se publicó entre el 2009 y el 2011, fue un éxito masivo desde el minuto cero. Uno de cada cuatro de sus compatriotas llegó a leerlo y el resto se familiarizó con las miserias de la vida íntima de este hombre corpulento, facciones trabajadas y aire de rockero grunge, porque los medios pusieron el foco en los aspectos más polémicos de sus libros.

Knausgård visitó Barcelona para la presentación del primer volumen, La muerte del padre, cuando todavía su prestigio no había roto fronteras. Regresó el año pasado con Un hombre enamorado, la segunda parte, acompañado esta vez sí del revuelo literario despertado en Estados Unidos, donde autores como Jeffrey Eugenides, Jonathan Lethem y la británica Zadie Smith agotaron los adjetivos ditirámbicos para referirse a él. En aquellas visitas promocionales, Knausgård se mostró como un hombre más bien discreto, casi evasivo. Inteligente y distante. Posiblemente harto de hablar una y otra vez de su biografía abierta en canal para la exposición pública. Es el riesgo que se corre cuando uno se dedica a escribir sobre la propia vida con absoluto detalle, de una forma casi documental e hiperrealista, con una autenticidad emocional tan profunda.

Llega el tercer volumen

El tercer volumen, esperadísimo por los lectores más avisados, es La isla de la infancia (Anagrama / L'Altra) que llega hoy a las librerías españolas y en él el escritor retrocede en el tiempo respecto a sus anteriores entregas, que retrataban su adolescencia y juventud y los primeros años de su segundo y actual matrimonio con la poeta y novelista Linda Bostrom. Argumentalmente, La isla de la infancia rellena muchos de los huecos de la primera entrega. Las seis novelas de Mi lucha (Min kamp, en noruego) -hay que tener valor para utilizar un titulo hitleriano como ese- funcionan como islas narrativas de distintos periodos en la existencia del autor.

¿Por qué es tan especial Mi lucha? ¿Por qué se ha hecho merecedora del balón de oro de esa tendencia confesional hoy tan en boga? Zadie Smith apuntó una respuesta: «El lector vive su vida con él. No es una simple identificación con el personaje, no. Lo que hace el lector es convertirse en él».

Es esa voluntad de captar la esencia de una existencia, lo que ha hecho que Knausgård haya sido equiparado al también obsesivo Proust, aunque la prosa directa y llana del noruego nada tenga que ver con el preciosismo del francés.

La narración de Knausgård reúne lo más banal y ordinario con un pensamiento trascendente y a uno y otro le concede la misma importancia. A la muerte y al hecho de encender un cigarrillo. Pone el foco sobre aquello que normalmente se suele dejar de lado, los detalles nimios (a veces a lo largo de más de 50 páginas), las tazas de café sucias, el sentimiento de no encajar propio de la niñez, el mortal aburrimiento que supone cuidar a los hijos...

Es fácil que el lector se detenga para preguntarse por qué narices el relato de la alienada vida doméstica de un varón escandinavo (en Un hombre enamorado, por ejemplo) puede tener tanto interés. Lo tiene. El crítico James Woods, en The New Yorker, aseguró que le resultaba interesante incluso cuando se aburría. En otras críticas suelen aparecer los conceptos lectura adictiva y prosa hipnótica.

La escritura de Mi lucha surgió de una crisis creativa en el intento del escritor noruego de abordar su tercera novela. Tras cuatro años de sequía y con la intención de escribir sobre la muerte de su padre llegó a la conclusión de no podía inventar, debía trasladar al papel todo tal y como lo recordaba. Fue un frenesí que le llevó a escribir como en trance unas 20 páginas diarias, sin apenas corrección, sin hoja de ruta.

INTROSPECCIÓN / «Escribí los seis libros, especialmente los dos primeros, sin pensar en los lectores -explicó Knausgård en su última visita a Barcelona-. Sentía que dentro de la literatura todo estaba autorizado porque se trataba un acto íntimo. En un escenario social hubiera tenido que tener cuidado, pero la literatura en su soledad me protegía, me permitía decir todo lo que pensaba. Además, honradamente, creía que no iba a interesar a nadie».

Interesó y muchos se sintieron ofendidos. La familia paterna de Knausgård ya no le habla por haber pormenorizado la cruel autodestrucción de su padre alcohólico y también la adicción de la abuela. Su primera esposa, que se enteró del enamoramiento por Linda leyendo Un hombre enamorado, lavó los trapos sucios en público en un programa de radio. A partir de ahí el autor se mostró más comedido con los demás, pero no consigo mismo. Su matrimonio con Linda también se tambaleó por el efecto libro y esa historia, hoy felizmente superada, acabó formando parte del sexto volumen.

Y habrá que esperar a ese el sexto libro para leer: «Cuando termine todo esto me alegraré de no ser un autor nunca más». ¿Es una boutade? Posiblemente, pero sí da cuenta de ese proceso de vaciarse, de darlo todo, de que nada quedara por decir. Por fortuna, Knausgård tras alcanzar esa cima seguirá adelante.