LOS TESTIMONIOS
Boris Pahor: «Te acostumbras a la muerte»
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
A. ABELLA
BARCELONA
En Dachau, «las cenizas del crematorio abonaban los jardincitos de las SS». Desde lo alto del campo de Natzweiler-Struthof, en los Vosgos, veía «el horno, el humo siempre saliendo, las flores rojas ardiendo, y llegaba el olor a carne quemada». En Dora, el ingeniero Von Braun, «un nazi que hacía trabajar a miles de hombres hasta morir, entró en EEUU tras la guerra, donde recibió honores y trabajó en la NASA», denuncia indignado Boris Pahor. Él estuvo en campos de trabajo, no de extermino: «Allí trabajaban hasta la extenuación prisioneros políticos que lucharon contra el fascismo y es una injusticia que se hable tan poco de ellos, ahora que hay rebrotes nazis en toda Europa».
-Porque sabía algo de alemán y un médico noruego y otro francés me recomendaron como intérprete. En Dachau ayudé de enfermero. Con el avance de los aliados, enviaban en trenes a la gente medio muerta a Bergen Belsen, donde murió Ana Frank.
-¿Cómo logró salvar la vida?
-¿Cómo se puede entender hoy aquel horror sin haberlo vivido?
-¿Cómo explicar lo que sientes cuando te obligan a desnudarte, cuando ves la horca, las cámaras de gas, cuando te lo quitan todo? ¿Cómo se puede revivir esa terrible humillación física y mental mientras uno lo lee en casa calentito? Te hacían esperar desnudo dos horas para entrar en el barracón, tres para darte una miserable sopa. Sabías que debía durarte hasta el día siguiente, igual que un finísimo trozo de pan. Pensabas con el estómago. La vida era llenar el tiempo entre comidas picando piedra o en la mina.
-¿Se puede vivir con tanta muerte?
-Te acostumbras a todo, incluso a la muerte. El hombre es así, tiene una gran capacidad de adaptarse. Al principio impacta mucho pero como no puedes volar por encima de ello debes habituarte a verlo cada día.
-¿Emergía lo mejor de las personas?
-Los comunistas y los cristianos eran fantásticos organizándose. Recuerdo que partían en mil trozos una rebanada pequeñísima de pan para repartirla. Se ayudaban los unos a los otros. Los comunistas eran como cristianos laicos. Ayudaban a los que estaban a punto de morir dándoles un pedacito de pan. Yo hacía billetitos para enviar a gente a la enfermería. Venían deportados que se bajaban los pantalones y mostraban cómo se habían ensuciado por la disentería y yo lograba enviarles allí. Me gusta pensar que alguno de ellos pudo salvarse.
-¿El hombre ha aprendido algo?
-Parece que nada. Escribí el libro en 1966 pero lo que cuento es de total actualidad o peor. Hay conmemoraciones y flores pero ahí acaba todo. En los colegios no se debería enseñar quién ganó la guerra sino el factor humano, el drama que había detrás. La vacuna del siglo XX no ha servido para que la humanidad reaccione.
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