Análisis

Sus libros hablarán por él

Jordi Puntí

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Me llaman del periódico para contarme que ha fallecido el escritor José Saramago. Luego me piden si podría escribir una semblanza del premio Nobel. Empiezo a pensar en lo que podría contarles del escritor portugués y, antes que nada, revivo las dos veces que hablé con él. La primera fue durante la presentación en Barcelona de La caverna (2000), novela antirromántica que habla de la globalización y los centros comerciales. Años más tarde coincidí con él en la Feria del Libro de Guadalajara, México, en una mesa redonda sobre la figura de Manuel Vázquez Montalbán: él hablaba de MVM y la política, y yo de MVM y el fútbol. En ambos casos me pareció un señor entrañable, de gesto concentrado y mirada lúcida, que llevaba el Nobel como un peso más que como una bendición, pero de estos dos encuentros anecdóticos no podría sacar ninguna conclusión que no fuese trivial y reductora…

Pienso luego en la imagen pública de José Saramago. En los últimos años, su discurso de izquierdas, comprometido con la antiglobalización y teñido a veces de un antidogmatismo dogmático, había enmascarado sus intereses literarios y los había trivializado… Pero me doy cuenta de que todo esto quedará en un segundo plano. Ahora que ya no está, sus libros hablarán por él. Es la compensación que se toma siempre la literatura.

Sus libros, pues. Como les sucedió a muchos lectores, descubrí a Saramago con Todos los nombres (1997). Recuerdo la impresión que me produjo la historia de Don José, ese funcionario del registro civil que se enamoraba de un nombre femenino, de una mujer desconocida –como un eco del amor de lejos de los trovadores–, y arrastraba esa atracción fatal por el laberinto kafkiano del archivo. Atrapado por el ritmo lento y envolvente de sus frases, busqué luego sus novelas anteriores y me detuve en dos grandes libros: Ensayo sobre la ceguera (1995), un libro precioso y terrible, y El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), una lectura libre de la obra de Fernando Pessoa, como un peaje que todo escritor portugués debe pagar. De sus últimos libros me quedo, por fin, con El viaje del elefante (2008), sobre el traslado de un paquidermo en el siglo XVI, y que quizás es la novela más graciosa y alegre de Saramago, con un narrador festivo y juguetón, que cuando escribe no tiene edad.

Sí, ahora sus libros hablarán por él.