SALÓN DEL MANGA

Superviviente de Hiroshima: "Me quedó marcado ver gente con la piel derretida colgando"

Sadae Kasaoka relata la caída de la bomba atómica y sus consecuencias

Sadae Kasaoka, superviviente de Hiroshima, en el Salón del Manga.

Sadae Kasaoka, superviviente de Hiroshima, en el Salón del Manga. / periodico

JOSEP M. BERENGUERAS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Aquel fatídico 6 de agosto de 1945 Sadae Kasaoka (Hiroshima, Japón, 1932) tuvo la suerte de tener día libre en el trabajo, lo que la alejó del epicentro de la bomba atómica que cayó sobre bomba atómicaHiroshima y evitó que, probablemente, falleciera. Sufrió las consecuencias de esa mortífera arma durante décadas, y como muchos japoneses, decidió callar para no remover aquel momento. Ahora, transmite su historia para concienciar sobre los peligros de las armas nucleares. Ha visitado el Salón del Manga de Barcelona.

–¿Cómo fue su infancia en tiempos de guerra?

–Estábamos en guerra, los recursos eran muy limitados, no teníamos casi nada. Siempre teníamos en mente que no podíamos pedir mucho más, debíamos aguantar con lo que teníamos. Jugábamos con lo poco que había, y siempre tratábamos de ayudarnos entre nosotros, contribuir. Mirando los niños de hoy en día, tengo un poco de envidia comparado con mi infancia.

–¿Cómo era su familia?

–Éramos 10 personas en total, contando mis padres, abuelos, tres hermanas mayores y dos hermanos, uno pequeño y otro mayor. Mis hermanas mayores estaban casadas y vivían en otras casas, y mi hermano mayor era marinero infante, murió durante la guerra. Mi hermano pequeño estaba en el programa de evacuación y se encontraba en la zona rural. Cuando explotó la bomba, en casa vivíamos mis padres, mi abuela y yo.

–¿Iban a la escuela?

–Había escuela, pero no podíamos estudiar, no había profesores, solo nos entrenábamos con bambús, porque no había armas de verdad. Nos preparábamos para cuando viniesen los enemigos, poder defendernos. También teníamos que trabajar, trasladando las casas (de madera) para hacer cortafuegos.

–¿Les decían que ganarían la guerra?

–Nos enseñaron que Japón era el país de Dios, que ganaríamos la guerra. Teníamos que aguantar, sacrificarnos. Era lo que nos decían y lo que creíamos.

–¿Todo el mondo creía que iban a ganar la guerra o había voces discordantes?

–Supongo que sí, que había gente en contra, pero yo era muy pequeña, para mi la guerra era algo que pasaba. Nosotros, los niños, simplemente éramos muy obedientes, hacíamos lo que nos decían los adultos.

–¿Qué pasó aquel 6 de agosto de 1945?

–Aquel día mis padres trabajan cerca del epicentro, trasladando edificios. Yo trabajaba siempre con ellos, pero justo ese día tenía descanso, así que estaba en casa. Estuve tendiendo la ropa en el patio, y después entré en casa. Fui a mi habitación, donde había una ventana muy grande. De pronto, vi por la ventana mucha luz, y esta se volvió naranja. Es cuando cayó la bomba. Muchos cristales cayeron sobre mí, tenía muchas heridas. Como era una niña, durante más de un año no supe que fue una bomba atómica. Tenía granitos por todo el cuerpo, problemas diversos. Pensaba que era algo químico, como un gas o similar.

–¿Su familia sobrevivió?

–La bomba explotó cerca de donde trabajaba mi padre, y se refugió en casa de un pariente, cerca del centro. Mi hermano fue a buscarlo, y volvieron a casa, pero su aspecto era totalmente negro, brillante, con quemaduras por todo el cuerpo. Queríamos darle tratamiento, pero no teníamos medicinas. Solo podíamos rallar patatas y pepino y ponérselo como un cataplasma. Sufrió durante dos días, pero murió. Mi madre no sabíamos donde estaba: mi hermano fue a buscarla, pero no la encontramos. La llevaron a una isla cercana, solo pudimos encontrar su nombre en una lista de fallecidos y llevarnos unos pocos huesos y su cabello.

–¿Qué pasó después?

–Fue una época muy dura. Teníamos un campo de cultivo solo con trigo, sin arroz, no había mucha comida. Pasamos mucho hambre. Mi hermano dejó de estudiar para alimentar a la familia, y el ambiente en casa era triste. Yo y mi hermano pequeño tuvimos que empezar a ir a la playa a por ostras para venderlas y sacar un poco de dinero.

–Muchos supervivientes fueron rechazados por los propios japoneses. ¿Le pasó a usted?

–Tuvimos que pasar algunas dificultades. Por ejemplo, salí con algunos hombres, pero al final me dijeron que no querían casarse. Finalmente encontré un hombre a través de mi familia también superviviente de la bomba y me casé con él.

–¿Por qué muchos japoneses decidieron callar y no explicar lo que pasó?

–Como era tan cruel y había tanta tristeza, no podíamos hablar, no sabíamos como expresarlo. Poco a poco empezamos a cambiar de opinión, a contarlo, Ahora creo que es muy importante seguir contando esa historia.

–¿Tiene alguna imagen de aquél fatídico día grabada en la mente?

–Vivíamos cerca de un hospital militar. Después de la explosión, la gente caminaba como si fuera un desfile hacia el hospital. Vi a muchas personas que parecían fantasmas, porque estaban muy blancos, con como trapos colgando. El blanco era porque estaban cubiertos de cenizas y lo que pensaba que eran trapos era su propia piel quemada, derretida, colgando.

–¿Qué debemos aprender de lo que pasó?

–Mi deseo es que desaparezcan las armas nucleares por completo. Que nadie sufra nunca más lo que nosotros sufrimos. Mi misión es contar esta historia para que más gente sepa lo que realmente pasó ese día.